
Dubos publicó en 1959 un libro titulado El espejismo de salud, con el objetivo de poder vislumbrar los posibles caminos futuros a la salud. Habla este autor de las deidades de la salud, de Hygeia, la diosa que una vez veló por la salud de Atenas, y que probablemente fue una personificación de Atenea, diosa de la sabiduría. A partir del siglo V a.C, el culto a Hygeia fue dejando lugar progresivamente al de Esculapio (o Asclepios), el dios curador. Los hombres, para evitar las enfermedades o para recobrar la salud, generalmente encontraban más fácil depender de curanderos que intentar la difícil tarea de vivir sanamente. Hygeia fue relegada al papel de un miembro más del séquito de Esculapio, generalmente su hija, algunas veces su hermana o esposa, pero siempre subordinada a él. En gran parte de la iconografía antigua, Esculapio aparece como un joven dios, bello y seguro de sí mismo, acompañado por dos doncellas: Hygeia y Panacea. A diferencia de Hygeia, su hermana Panacea llegó a ser omnipotente como diosa curadora mediante el conocimiento de drogas procedentes de las plantas y de la tierra. Su culto subsiste hoy día en la búsqueda universal de una panacea.
Continúa planteando Dubos que estos mitos simbolizan las oscilaciones, sin fin, que existen entre los dos puntos de vista clásicos en medicina. Para los seguidores de Hygeia, la salud es el orden natural de las cosas, atributo positivo al cual los hombres tienen derecho si gobiernan sus vidas sabiamente; por tanto, la función más importante de la medicina es descubrir y enseñar las leyes que permitan al hombre la salud de la mente y el cuerpo. Los adoradores de Esculapio, más escépticos o más conocedores de los caminos del mundo, creen que el papel principal de la medicina es tratar enfermedades, restaurar la salud, corrigiendo toda imperfección causada por los accidentes del nacimiento o de la vida. De una manera o de otra, estos dos aspectos han existido siempre, simultáneamente, en todas las civilizaciones; pero también cabe decir, tal como lo recuerda Renaud (1996), que estos dos puntos de vista se encuentran, hoy en día (tras un siglo veinte dominado por la tecnología y por un eclipse casi total de Hygeia), más enfrentados que nunca. Desde luego el futuro es bastante incierto: «En vísperas del siglo XXI empieza a entablarse una dura batalla entre la diosa del arte médico, Panakeia, cada vez más ambiciosa y cualificada en sus intentos de resucitar a los muertos, e Hygeia, la diosa de la salud pública y suma sacerdotisa de las reformas sociales. Nadie puede predecir exactamente cuál será el resultado final. La multiplicidad de fuerzas sociales en juego, la cantidad y el carácter a veces impredecible del desarrollo tecnológico de la medicina, la complejidad de las estructuras organizativas y de otro tipo a tomar en consideración, todos son factores que harían el esfuerzo por predecir peligroso, cuando no engañoso… Está fuera de duda que la tecnología biomédica continuará progresando. Lo que no sabemos es cómo regulará estos temas cada sociedad y, en particular, cómo se manejará el delicado balance entre inversiones en el entorno social (lucha contra el desempleo, la marginación y el aislamiento, promoción de hábitos alimenticios sanos, etc.) y las inversiones en curación, artilugios paliativos y demás otras manifestaciones de la lucha contra la muerte» (Renaud, 1996).
Ante este panorama, hoy más que nunca, debemos buscar el norte de las discusiones sobre salud y medicina; y en esa búsqueda es fundamental una reorientación de nuestras propias preguntas sobre la salud de las poblaciones; preguntas que deben girar, sobre la necesidad de preservar y promover la salud de todos, también de aquéllos que la sociedad excluye.