La industria farmacéutica, un negocio que mata
La industria farmacéutica mundial constituye uno de los negocios más grandes y rentables de la economía globalizada. Es así que, de acuerdo con la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública de España, «por cada dólar invertido en fabricar medicamentos se obtienen mil de ganancias«. Más aún, Joel Lexchin, médico de urgencias que enseña salud pública en la Universidad de York, disputa la idea de que estas tengan su origen en el alto costo de las investigaciones, destacando el hecho de que apenas 1.3% del total de los gastos de la industria farmacéutica se dedica a la investigación básica. Se necesita, entonces, una explicación alternativa.
La explicación tiene que ver con el hecho de que la industria farmacéutica constituye un sector cuyo objetivo básico es maximizar los beneficios, lo que hace aprovechando su elevado poder de mercado sobre una demanda que por su naturaleza resulta muy inelástica a las alzas de precios, en la medida que representan bienes de consumo esencialmente básicos para quienes dependen de los mismos. Además se trata de una rama industrial que está guiada a obtener beneficios no tanto por el cuidado de la salud, sino de la medicina de carácter curativa. Se trata, por tanto, de un enfoque que no se dirige hacia la salud pública de carácter preventivo, ya que por esta vía no se genera una demanda de medicamentos curativos. El negocio entonces más que asegurar la salud se dirige, casi completamente, a lucrarse de la enfermedad.
La presencia de una competencia exigua, que permite mantener el control sobre los mercados, está relacionada con las normas de protección a su propiedad intelectual. Estos se encuentran formalizados en las reglas de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y en los llamados tratados de libre comercio, en condiciones que se le imponen igualmente a todos los países, sin tener en cuenta su nivel de desarrollo. Se trata de un mecanismo que si bien eleva las ganancias de los productores, genera una situación en que, dados los altos precios resultantes, muchos de los habitantes más pobres del planeta están condenados a perecer. Son estas normas muy estrictas que son impulsadas en dichos tratados por los países centrales que constituyen la parte dominante en las negociaciones de los mismos, los que se imponen a los países menos desarrollados bajo la amenaza de fuertes retaliaciones reales y financieras en caso de incumplimiento de dichas normas.
A lo anterior habría que agregar que la industria farmacéutica, utilizando su poder económico, que se expresa en su capacidad de cabildeo y de otorgar donaciones para las campañas políticas, ha logrado debilitar todo el sistema de control de aprobación de los nuevos medicamentos. Esto ha llevado, como bien lo señalan, Ackerloff y Shiller en su libro dedicado a la economía de la manipulación y el engaño, al mercadeo de medicamentos que han resultado en graves daños para la población, incluyendo un número significativo de muertes.
Es evidente que el derecho a la salud resulta incompatible con una economía basada exclusivamente en el lucro.
Juan Jované
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