Podemos decir que las sociedades occidentales se han convertido en el escenario de extensión de la medicalización, la cual debe ser entendida como «la forma en que el campo de actuación de la medicina moderna se ha expandido en los últimos años y ha conseguido abarcar múltiples problemas que antes no eran considerados como entidades médicas». En tal sentido, muchos aspectos de la condición humana que antes no eran considerados como condiciones médicas son ahora definidos y tratados como tal, y nombrados bajo categorías como la de enfermedad o desorden.

El desarrollo y definición de los conceptos de salud/enfermedad es un paso previo al proceso de medicalización, donde la actual construcción sociocultural de las enfermedades está ligada a la concepción de la salud perfecta, que se patenta en una cultura del «ser saludable».

De tal forma, la medicalización implica, por un lado, la creación de un sentido social sobre las prácticas del cuidado y la potencialización de la salud: esta búsqueda de la perfección auspicia la generación de procesos de mejoramiento, perfeccionamiento y/u optimización, que hacen posible la existencia de un tratamiento aun en casos en los que no existe una enfermedad.

Por otra parte, el proceso de medicalización está orientado desde una lógica que apunta a la extensión de la frontera entre lo normal y lo patológico, que ha llevado a lo que se conoce como «creación de no-enfermedades», «venta de enfermedades», «patologización de la vida cotidiana» o «construcción social de enfermedades».

Ahora bien, facilita este proceso de medicalización la creencia de nuestra sociedad en la ciencia, la tecnología, la racionalidad y el progreso, sustentando el rol social del profesional médico y del científico, quienes con su discurso y conocimiento, y a través de su prestigio, terminan por legitimarlo. No obstante, es un proceso inscrito en el ámbito sociocultural, dado que debe ser entendido como un proceso multifactorial de una unidad entre médicos, mercados, consumidores, científicos, medios de comunicación, poder estatal e industria farmacéutica. Dicha unidad constituye al mismo tiempo un dispositivo en el que confluyen varias fuerzas descentralizadas y con diferentes niveles de implicación en la medicalización, donde cada actor asume un rol en la intervención frente al proceso.

En las últimas décadas se han operado cambios en el campo médico, considerando que el rol del profesional médico como agente principal en los procesos de medicalización se ha desplazado hacia los consumidores y los intereses del mercado, en donde la industria químico-farmacéutica adquiere un poder cada vez mayor.

La imagen actual del cuerpo, sustentada y reforzada por los medios de comunicación, es la de una máquina que debe ser tratada por los médicos y las medicinas. En tal sentido, resulta casi una obviedad decir que, bajo el amparo de la legitimidad social de la ciencia, los anuncios publicitarios han maximizado el consumo de medicamentos, al tiempo que han generado un condicionamiento del gusto del consumidor, permitiendo la creación de un amplio mercado farmacéutico. Para el logro de su objetivo la industria procura un acercamiento directo a los consumidores a través de los medios de comunicación, que con discursos contundentes sobre la enfermedad y su tratamiento dificultan la posibilidad de controversia y contribuyen a la formación de expectativas que están por encima de la realidad.

Lo anterior indica que con la profundización del proceso de medicalizaciónla enfermedad pasa de ser una construcción social a ser un proceso industrial «que alimenta y utiliza el deseo de estar sano», en tanto el direccionamiento político de la salud es articulado al poder de la industria farmacéutica y de algunos grupos de interés. Son estos agentes los principales patrocinadores de la investigación científico-médica encargada de definir las nuevas patologías, así como los productores y promotores de tratamientos farmacológicos, ya no sólo referidos a procesos biológicos sino a aparentes desórdenes de tipo social; haciendo incluso innecesaria la existencia de una posible enfermedad para acudir a los medicamentos, dado que se desarrollan medicinas preventivas que se usan de acuerdo con un perfil genético, etario o vinculado a procesos normales de la naturaleza humana, convirtiéndonos paulatinamente en una «sociedad hipocondriaca sana».

El proceso de interiorización en los sujetos de la concepción y las prácticas asociadas a la salud y la enfermedad, definidas estas según los criterios de la industria farmacológica en connivencia con la institución médica, es lo que el concepto sociológico de la farmaceuticalización propone enfocar, ya que permite entender el proceso de medicalización más allá de lo médico, esto es, a través de la transformación de los procesos sociales de la vida cotidiana a partir de la perspectiva del tratamiento de las enfermedades, fomentada por la industria farmacéutica y promulgada a través de los medios de comunicación.

En tal sentido, la tesis de la farmaceuticalización afirma que los productos farmacéuticos se han convertido en parte de nuestro diario vivir, enlazando la economía y la política de producción farmacológica a la vida privada de los ciudadanos, creando con ello una «cultura farmacéutica».