La enfermedad es un gran negocio del que se extraen abundantes beneficios. Cuánto más enfermos creamos estar, más «necesidades» querremos cubrir. Esto acrecentaráel miedo a la vida, el miedo al futuro, que es siempre incierto y por tanto inseguro.
En esa falta de confianza en nuestro destino se basa la publicidad farmacológica, que quiere conquistar nuestro corazón, retumba en nuestros oídos y que acaba haciéndonos volver la mirada siempre sobre el propio yo, enredándonos en un cerco que nos ahoga, y cuya válvula de escape son los medicamentos; llegamos a creer que podemos evadir las molestias que conlleva existir.
Vivimos cada vez más con la máxima de“ni creo en Dios, ni me fio de los hombres…” y es que el planteamiento del sentido de la vida tiene mucho que ver con estas dos negaciones.
Ni creo en Dios…Si todas las situaciones las reducimos a problema, queremos solución, de inmediato a ser posible. Pero existen realidades de las que no alcanzamos su significado pleno desde nuestro “corto” entendimiento: la muerte de un ser querido, el nacimiento de un niño, la ruptura, el ansia de infinito, las propias limitaciones, el amor, el envejecimiento… Realidades que debemos aceptar para ir acogiendo de manera progresiva el misterio de Dios en nuestras vidas.
Ni me fio de los hombres…..Si el centro de mi vida soy yo mismo, voy agrandando necesidades y justificando lo injustificable. Dedicamos miles de millones de euros a medicamentos innecesarios mientras las necesidades básicas de la mayoría de la humanidad, están sin cubrir. Millones de niños mueren en el mundo por carencia de agua potable, de alimentos, de medicamentos básicos. Nuestro consumismo degradante -también consumismo de medicamentos- nos hace cómplices del hambre de los pobres.
Sólo desde esta conciencia de responsabilidad y de solidaridad con los más débiles (“todos somos responsables de todos”), podemos cambiar esta situación de injusticia que sufre la mayoría de la humanidad.
En nuestras manos está.
¡Salud y Solidaridad!