Grupo de Sanidad y Biopolítica

Profesionales por el Bien Común

INTRODUCCIÓN

Pocos acontecimientos generan tantos interrogantes como la muerte por suicidio de una persona, y mas si es en un compañero, un familiar o un amigo.

En una realidad compleja, desconcertante el que una persona se quite a si mismo la vida cuando la propia sociedad plantea la existencia individual como un valor supremo.

El hecho suicida puede ser abordado desde diversos puntos de vista (epistemológicos): sociales, culturales, filosóficos, teológicos, biológicos, genéticos, psiquiátricos, psicológicos, psicoanalíticos, religiosos, espirituales… incluso político. Como dice el Papa Francisco la realidad es poliédrica, lo que nos obliga a utilizar diferentes lentes para poder analizarla (no es un relativismo constructivista donde cada uno ve la realidad a su manera).

La muerte no es un hecho fuera de la existencia del ser humano. El suicida puede buscar la muerte, pero también puede buscar la vida en otra vida.

El sentido del vivir es la plenitud, la expresión máxima de la felicidad. El conocer la vida tiene un sentido. No sólo posee una relevancia terapéutica sino también preventiva.

¿Qué es el suicidio?

Suicidio viene de latín sui (uno mismo ) cidio (matarse)

La Asociación Americana de Psiquiatría (APA) define el suicidio como la muerte autoinfligida con evidencia (tanto explícita como implícita) que la persona tenía la intención de morir.

Esta definición tan aséptica… no nos dice nada.

El suicidio es una respuesta no adecuada, errónea…. a un profundo sufrimiento de la persona. Supone dar una respuesta irreversible a un problema que puede ser temporal o reversible o que se puede mitigar (todos experimentamos como las circunstancias en la vida van cambiando).

La persona que expresa ideas o conductas suicidas refleja un sufrimiento; no son llamadas para atraer la atención de los demás, son peticiones de ayuda.  Y ello es porque la persona con ideas suicidas no quiere dejar de vivir, lo que quiere en dejar de sufrir.

¿Por qué una persona decide acabar su vida mediante el suicidio?

La clave está en la vinculación (que proviene del latin vincire que significa “atar una cosa con otra”; ligarnos unos a otros.

Según la teoría predominante actual sobre las causas que llevan a una persona a morir por suicidio,  la llamada Teoría Interpersonal del Suicidio, se deben alinear tres componentes para que se produzca ese deseo de morir:

1.- SENTIMIENTO DE NO PERTENENCIA. Sería un estado de insatisfacción, de frustración derivado de la falta de vinculación.

2.- PERCEPCION DE SER UNA CARGA PARA LOS DEMÁS. Se basa en la creencia de que mi muerte vale más que mi vida.

Estas dos condiciones no son suficiente. Las podemos encontrar en personas con depresión y no por ello deciden quitarse la vida. La tercera componente que se añade es

3.- LA CAPACIDAD PARA REALIZARSE LESIONES MORTALES. Es necesario que una persona adquiera esa capacidad a través de experiencias vitales de dolor físico, de violencia, de traumas, que le habitúen al dolor… el disponer de medios letales…. Y esto es importante porque las crisis que involucran comportamientos suicidas tienden a ser transitorias…. Hay una balanza… entre el deseo de morir o mantenerse con vida…. Y tener accesible un medio para suicidarse puede desequilibrar la balanza (es el caso de los cuerpos de seguridad o de los profesionales sanitarios)

Esta teoría se puede ampliar con los estudios que ANTONOVSKY realizo a mujeres que habían sobrevivido a campos de concentración sin presentar daños mentales importantes (1 de cada 3 mujeres sobrevivió sin secuelas mentales). Constató que estas mujeres tenían unos RECURSOS GENERALES DE RESISTENCIA y por otro lado un SENTIDO DE COHERENCIA que sería como un sentimiento de confianza, duradero y dinámico….

PRINCIPALES CIFRAS DEL SUICIDO

El suicidio es un problema de salud pública de primera magnitud. Se estima que cada año en el mundo fallecen por suicidio alrededor de 800.000 personas, constituyendo el haber realizado un intento de suicidio previo el principal factor de riesgo. Sin embargo, hay que tener presente que las estadísticas solo reflejan los fallecimientos y no los intentos de suicidio ni las ideas de suicidio, que se estima son 20 veces más frecuentes.

Si analizamos las cifras la muerte por suicidio supone el 57% de las muertes no naturales que se producen, por encima de las debidas accidentes de tráfico o a las muertes que se producen en el ámbito familiar.

  • El suicidio registra a nivel mundial una tasa de incidencia de 114 suicidios/millón de habitantes, encontrándose entre las principales causas de mortalidad global y especialmente de muerte no natural.
  • Anualmente fallecen cerca de un millón de personas por suicidio en todo el mundo.
  • En torno a 3.000 personas se suicidan al día en el mundo.
  • 16 personas de cada 100.000.
  • Una cada 40 segundos.
  • Por cada una que lo consigue, otras 20 lo intentan, siendo la primera causa de muerte externa en muchos países del mundo y de las primeras causas de muerte en adolescentes y personas en edad productiva.
  • Con la edad, el riesgo de suicidio llega hasta quintuplicarse.
  • Los suicidios generan el 2% de la carga global de enfermedad, por no hablar del sufrimiento que genera a una media de 6 supervivientes (familiares y allegados) por suicidio.

Si nos referimos a la Unión Europea, se registran cada año unas 58.000 muertes por suicidio, de los cuales 43.000 son hombres. Siendo la franja de edad de mayor riesgo la que va de los 40 a los 60 años.

Y si nos detenemos a observar la situación en España, el suicidio ha alcanzado en el año 2021 la cifra máxima registrada hasta la fecha, con 4.003 personas fallecidas.

Esta cifra equivale a 10 personas al día; una cada dos horas y media.

A esto hay que añadir que por cada suicidio se producen 20 intentos de suicidio que no se llegan a consumar.

Siendo el grupo de mayor riesgo el de hombres entre 30 a 39 años y la segunda causa de muerte entre jóvenes de 15 a 29 años.

España tiene una tasa de 10,7 por 100.000 habitantes originando prácticamente tantas muertes como los accidentes de tráfico.

El suicidio sigue siendo la principal causa de muerte no natural en España, produciendo el doble de muertes que los accidentes de tráfico, 11 veces más que los homicidios y 72 veces más que la violencia de género, siendo también, después de los tumores, la principal causa de muerte en la juventud española (15 a 34 años).

En España, tradicionalmente ha existido una de las tasas de suicidio más bajas de Europa, pero la tendencia en los últimos años es de crecimiento constante (cifras oficiales del Instituto Nacional de Estadística (INE) desde 1965)

Aunque el mayor número de suicidios en ambos sexos se produce entre los 40 y los 59 años, el riesgo de suicidio aumenta con la edad, sobre todo en varones, que llega a multiplicarse por 7 respecto a las edades más tempranas.

3 de cada 4 han sido de hombre (75%) y un 25% de mujeres.

Por comunidades autónomas, Asturias y Galicia poseen las mayores tasas de suicidio por 100.000 habitantes, mientras que la menor la registra la Comunidad de Madrid, situándose la media estatal en 7,9.

Sólo en lo que llevamos de siglo, en España se han producido más 60.000 suicidios.

ANALISIS Y VALORACION DEL SUICIDIO

No podemos considerar la muerte por suicidio como una muerte común fruto de una elección personal irreversible. (con frecuencia oímos la frase de que “aquel que quiere suicidarse al final lo consigue”, esto es falso).

No es tampoco un fenómeno inmutable que ha estado siempre presente en nuestra sociedad a lo largo de la historia (así lo planteaba Séneca, Schopenhauer, Nietzsche). Es verdad que los mayas tenían una diosa del suicidio (Ixtab –“la señora de la cuerda”), que en Japón el suicidio (HARA-KIRI) era un signo de lealtad y estaba institucionalizado, o como en Europa en los primeros siglos estaba permitido y no es hasta el siglo IV bajo el influjo del cristianismo que se condena su realización. Son importantes en este sentido San Agustín y posteriormente Sto. Tomas de Aquino quienes pusieron las bases para su condena. Y en el siglo XIX con los trabajos de Durkheim se inicia el estudio de las causas sociales del suicidio y se empieza a considerar como una dificultad de adaptación o de desvinculación social.

El suicidio no es un acto de libertad humana como lo defendían los nihilistas como Nietzsche.. que afirmaba que “las personas debemos elegir el momento adecuado de nuestra muerte con el fin de evitar una existencia que considera denigrante”. Eran los mismo argumentos que los estoicos. “Morir en el momento oportuno es el mismo argumento que empleará para defender la eutanasia (evitar prolongar la vida innecesariamente) como forma de dignificación de la muerte. Para Nietzsche la muerte natural era una muerte de cobardes, de “superfluos”, de débiles.

El suicidio no es una nueva epidemia de enfermedades mentales (en Estados Unidos lo llaman la epidemia de la desesperación- ya que las cifras aumentaron un 30% entre 1999 y el 2013) ni tampoco lo podemos reducir a un problema de salud pública, aunque su número sea cada vez más elevado. Si fuera solo una enfermedad mental, lo dejaríamos todo en manos de los psiquiatras. En España, ¿cómo es posible que la cifra de suicidas siga estando más elevada cada año si somos el país del mundo con mayor proporción de personas que consumen o son tratadas con ansiolíticos y antidepresivos? ¿Hasta qué punto considerar las causas del suicidio como una enfermedad mental no supone tranquilizar nuestra conciencia, musicalizándolo, convirtiendo al suicida en un enfermo que hay que curar?

El suicidio no es un problema sólo del individuo. Cada muerte por suicidio marca profundamente a las personas cercanas, a la familia y a toda la sociedad, al poner encima de la mesa el sentido de la existencia humana, el sentido del sufrimiento y del dolor: el por qué y el para qué vivir. El suicidio genera sobre todo desconcierto en una sociedad  donde se idolatra la salud y los proyectos vitales de autosuperación y de éxito.

Decía Durkheim que “EL SUICIDIO ES UN FENÓMENO SOCIAL Y SUS CAUSAS SON ANTES SOCIALES QUE INDIVIDUALES”. La integración (cohesión social) social es un factor protector para los individuos frente al suicidio ya que encuentra un sentido a su existencia y reconoce en la sociedad una autoridad moral legítima (valores tradicionales aceptados) y se subordina a ella otorgándole el poder de decisión sobre su conducta y destino.

En base a los estudios de DURKHEIM a finales del s XIX (en 1897 publico su estudio sociológico y antropológico sobre el suicidio) y contrastados con estudios actuales en España (Análisis de las estadísticas oficiales del suicidio en España (1910-2011) podemos categorizar estos factores sociales con significación estadística en:

CREENCIAS RELIGIOSAS

La religión no preserva del suicidio per se sino que contribuye a la integración social que lo mitiga.

 El proceso de secularización rompe los lazos que integran a los individuos con el grupo e incrementa el riesgo de suicidio.

 Cuanto menos sólido es el credo colectivo una sociedad religiosa, menor será su grado de unión, y sería esa menor integración la que conduciría a una mayor incidencia de suicidios.

Quienes profesan una religión protestante presentan un mayor nivel de suicidio en comparación con católicos o judíos.

La falta de cohesión social producto de la pérdida de prácticas y creencias comunes sólidamente sostenidas y desarrolladas es un factor de riesgo

CULTURA -EDUCACION

Hay una relación positiva entre nivel de instrucción y la incidencia de suicidio. La secularización de la educación y el incremento del nivel educativo son factores que contribuyen al individualismo y le hace perder cohesión social.

En los estudios actuales el bajo nivel educativo incrementa las probabilidades de suicidio entre los hombres, aunque para las mujeres, sin embargo, las conclusiones no son estadísticamente claras.

VINCULACION FAMILIAR

El hecho de vivir en matrimonio atenúa levemente la incidencia del suicido en el caso de los hombres pero aumenta en el de las mujeres

La viudez y el divorcio predispone al suicidio de los varones, pero beneficia a las mujeres

El descenso de los niveles de fecundidad incrementa las tasas de suicidio.

Cuantos más hijos se tiene menos tendencia al suicidio. La fecundidad marital tiene un signo negativo altamente significativo en los estudios actuales: los hijos protegen frente al suicidio

La vida familiar ayuda a reducir las tasas de suicidio porque incrementa la vitalidad del grupo social y, por lo tanto, la integración de sus miembros.

COMPROMISO SOCIAL Y POLITICO POR EL BIEN COMUN

Las revueltas y las guerras avivan lo sentimientos colectivos y facilitan la integración social bajando las tasas de suicidio.

La vida política facilita que se estrechen los lazos sociales entre los individuos reduciendo también las tasas de suicidio.

VOCACION PROFESIONAL – TRABAJO

Las transformaciones económicas súbitas generan repentinos aumentos en las tasas de suicidio.

Las crisis industriales o financieras acrecientan los suicidios no por lo que empobrecen a las sociedades, sino porque trastornan el orden colectivo y producen anomia.

Con respecto al nivel de ingresos, Durkheim creía que la pobreza protegía contra el suicidio porque es un freno por sí misma, «porque ella es, en efecto, la mejor de las escuelas para enseñar al hombre a contenerse». De esta manera, los países más pobres serían en cierta manera inmunes al suicidio. Mientras haya desarrollo económico habrá un incremento progresivo de la tasa de suicidios. Estas afirmaciones de Durkeim NO se han podido contrastar estadísticamente (no existe un efecto protector de la pobreza frente al suicidio).

«La gran industria favorece el suicidio» ya que la transformación económica de una base agrícola a otra industrial alimenta la anomia económica. En los estudios recientes, las tasas de empleo de los dos sexos (TEM y TEF) tienen signos positivos, es decir, cuanto mayores son las tasas de empleo más altas son las de suicidio. Justificación: por el aumento de los niveles de estrés asociados al trabajo y porque allí donde las tasas de empleo son más elevadas, las personas ancianas o con algún tipo de dependencia pueden estar peor atendidas por sus familiares, lo que puede incrementar a su vez las tasas de suicidio.

El suicidio es un fenómeno complejo, como ya hemos dicho, que surge de la acción recíproca de diferentes factores. No existe una única causa que lo explique. Durante las tres últimas décadas se han estudiado factores de origen biológico, cultural, psicológico y relacional que pueden influenciar la aparición de la conducta suicida. A pesar de que se desconocen muchos factores que inciden en el hecho, existen algunas características que podría orientar la prevención de este problema:

1) El suicidio es un continuo, no es un hecho puntual. La vida es un continuum, complejo y unitario. La conducta suicida se inicia con una idea, pasa por una etapa de intento suicida, para finalmente llegar al acto suicida propiciando la muerte de la persona. Hay deseos de querer morir, ideas suicidas sin estructurar, gestos suicidas. Esta consideración de gradualidad de la conducta suicida es importante porque presupone que es posible diseñar e implementar programas preventivos, eliminando así la fatalidad que se cernía sobre la irreversibilidad de aquellas personas con ideas suicidas.

2) El suicidio es un fenómeno multi-determinado, no solo explicable como una desadaptación interna o una enfermedad mental (baja autoestima o depresión). Esta multi-determinación supone abrir un espacio a escenarios que condicionan la naturaleza interna de la persona como puede ser su vocación profesional, su vocación de estado o familiar, su religiosidad.

Posibles desencadenantes: dolor físico insufrible, sufrimiento mental , moral permanente, rechazo a prolongar una vida que se ha vaciado de contenido (jubilación sin alicientes humanos, sin amigos, sin parientes, sin aficiones ni intereses personales), enfermedad mental (depresión psicótica), actuaciones impulsivas, o como signos de libertad personal.

3) El suicidio tiene un carácter multi-factorial condicionado tanto por variables psicológicas (personales) como por variables sociales (contextuales). Estas variables actúan de modo sistémico y sinérgico interactuando entre ellas.

Entre los principales factores que podrían estar incluidos, se hace especial mención siempre a la vulnerabilidad individual en relación al contexto social y cultural, la edad, el género, raza, religión o los factores genéticos. Es decir, el sufrimiento relacionado con distintas variables y que lleva a la persona a la desesperanza.

La dimensión espiritual del ser humano constituye la variable de mayor impacto o decisiva a la hora de enfocar el hecho suicida, al producirse una ruptura en lo que podría haber sido una vida con sentido  de futuro y una vida en plenitud.

La mayoría de los estudios concuerdan en que para entender la conducta suicida es necesario integrar numerosas variables: biológicas, psicológicas, sociales, económicas, culturales y religiosas.

La conducta suicida (muertes e intentos de suicidio) suele ser el resultado final del desarrollo de un trastorno psiquiátrico que se manifiesta en más del 90% de las personas que fallece como consecuencia de un suicidio. A su vez está condicionado por una serie de factores tanto de riesgo como de protección frente a la ideación suicida.

De los diferentes estudios analizados, hemos realizado una distribución de los factores encontrado en la siguiente clasificación:

Factores de riesgo comunitarios – sociales

Progresivo envejecimiento de la población

Bajo estatus económico

Maltrato físico o abuso sexual en la infancia

Falta de apoyo social 

Acoso de iguales (Bullying/Ciberbullying) o acoso laboral (Mobbing)

Dificultades sentimentales

Amplia cobertura sobre el suicidio en periódicos y televisión

Antecedentes familiares de conducta suicida o trastornos

Familias monoparentales

Disminución de la tasa de natalidad

Acontecimientos vitales estresantes

Pobre o mala comunicación en el matrimonio

Aumento del divorcio y separaciones matrimoniales (aumento de hogares unipersonales)

Frecuentes cambios residencia – inmigración

Relaciones pobres/deficitarias con iguales. Individualismo.

Países socialdemócratas y de la antigua Unión Soviética

Países con alta industrialización

Factores de riesgo individuales

Demográficos

Ancianos y adolescentes (varones)

Enfermedades: hipertensión arterial, diabetes y cáncer

Estrato económico pobre

Áreas urbanas

Ateos y protestantes

Biológicos

Disfunción serotoninérgica

Disminución ácido homovalínico (precursor de dopamina) y del 5-hidroxiindolacético

Disfunción dopaminérgica

Hiperactividad del eje hipotálamo-hipófisis-suprarrenal con aumento de la secreción de cortisol en plasma

Aumento de la densidad de receptores 5HT1A, 5HT2A, 5HT2 en el córtex prefrontal

Disminución de los niveles noradrenérgicos en el locus cerúleo del encéfalo

Disminución de la proteína quinasa A y PKA en el córtex prefrontal y en el hipocampo

Aumento de Interleucinas IL3 y IL4 en el córtex prefrontal

Hipoxia crónica

VIH

Utilización de anticonceptivos hormonales

Genéticos

Polimorfos en el gen de la triptófano hidroxilasa

Anormalidad de la codificación de la proteína COMT en el cromosoma 22

Marcadores GRIK2 y GRIA3

Psicológicos y cognitivos

Impulsividad, agresividad

Perfeccionismo socialmente prescrito

Pensamientos e ideas suicidas

Apego inseguro

Déficit de habilidades de resolución de problemas

Falta de restricciones religiosas o morales contra el suicidio

Agresividad

Desesperanza

Hostilidad

Baja autoestima

Sentimientos de fracaso

Inhibición emocional

Estrés agudo

Dolor psicológico

Déficit de la función ejecutiva

Bajo nivel del competencia

Psiquiátricos

Los trastornos del estado de ánimo suponen un 60% del total de los casos.

Las tasas de intentos de suicidio son de un 29% en el trastorno bipolar

En el trastorno depresivo mayor del 16% (hay que tener en cuenta que el uso de los antidepresivos no ha disminuido la tasa de suicidios)

Los trastornos de consumo de alcohol del 16-29% y de otros tóxicos (cannabis)

Los trastornos psicóticos 23-30%

Intento de suicidio previo incrementando en un 30% el riesgo de suicidio

Trastorno de personalidad

Conducta alimentaria

Trastorno de Déficit de atención por hiperactividad

Enfermedades físicas incapacitantes, terminales, dolorosas

Esquizofrenia en un 5%

Trastornos de ansiedad

Problemas de sueño

Síndromes orgánicos cerebrales

Distimia

Otros

Orientación sexual (Homosexual)

Aislamiento social

Fracaso escolar

Fácil acceso a los métodos de suicidio (armas de fuego-policías y militares, altas dosis de medicación- sanitarios, veterinarios)

Factores precipitantes

Acontecimientos vitales estresantes

Imitación de algún modelo de fantasía

Falta de comunicación familiar 

Pérdidas financieras

Intoxicación por consumo de sustancias aguda.

Facilidad de acceso a aquellos métodos de mayor letalidad

Duelo reciente

Exclusión social

Anticipación de un castigo

Problemas en el grupo de iguales

Crisis con los padres o familiares

Fracaso o dificultades escolares o laborales

Factores personales o psicológicos de la persona

Exposición o contagio reciente de un suicidio

Interacción con un familiar psicótico

Conflicto sentimental

Carencias de afecto y cohesión familiar

Factores protectores

Cohesión familiar / con grupo de iguales

Nivel educativo

Buenas relaciones interpersonales

Estrategias de afrontamiento positivas

Autoconcepto positivo

Autorregulación y flexibilidad cognitiva

Autocontrol emocional

Estilo atribucional positivo

Valores/actitudes positivas hacia suicidio

Habilidades resolución problemas

Mujeres

Embarazo, lactancia

Tener y cuidar a los hijos

Tener creencias religiosas (católico, judío) y culturales

Apoyo familiar y comunitario

Locus de control interno

Buena autoestima

Inteligencia

Habilidades para formar razones para vivir.

Tener apoyo y recursos de tipo social, comunitario, sanitario y educativo

SUICIDIO Y COVID

Durante la situación de crisis provocada por el COVID se ha visto un incremento de la ideación suicida en un 43% de media con un pico en mayo de 2021 principalmente en menores de edad de un 573%

El  aumento de las ideas de suicidio en este periodo está en relación con los problemas desadaptación, la soledad y la sobrecarga por tener que estar más tiempo en casa debido al confinamiento

El hecho de querer mantener el distanciamiento social y evitar el contacto con personas infectadas es posible que sea el motivo por el que disminuyeron las consultas en los servicios de urgencias y bajó su detección, dado que se ha descrito que durante el confinamiento se ha producido un aumento de la irritabilidad, de la ansiedad y de las ideas de suicidio, sobre todo entre la población más joven. Algunos estudios señalan el aumento del tiempo delante de las pantallas y el uso de las redes sociales como factores de riesgo para la depresión, la ansiedad y el riesgo de suicidio durante la pandemia por COVID-19 entre la población joven.

Si las tasas de homicidio suben, se buscan responsables en el Ministerio y la policía, donde corresponda. Si aumentan los accidentes de tráfico, lo mismo. Pero con un problema como los suicidios, ¿a quién pedir cuentas? “Nadie es responsable”. “Nadie tiene como trabajo evitar esas muertes” y “no van a despedir a nadie” si las estadísticas se disparan.

A eso hay que añadir que en 2021, más del 50% de los profesionales sanitarios españoles ya había desarrollado estrés y ansiedad, un 26% depresión grave o extremadamente grave y un 34% estrés grave o extremadamente grave. El 8% de los sanitarios ha pensado en suicidarse durante la pandemia

La salud mental se ha convertido en el centro de todas las miradas. Los problemas derivados de los problemas de salud mental han saltado a la primera línea, tal y como ha evidenciado los datos recogidos por el Observatorio del Suicidio en España, que arroja el mayor número de muertes a nivel nacional por esta causa en términos absolutos desde que hay registros. No obstante, el momento actual también atisba una oportunidad única para alcanzar consensos entre los actores que configuran el tablero de la salud mental para lograr ‘pactos’ entre decisores, esfera política, profesionales y pacientes.

Así se puso de relieve durante la Jornada de Depresión y Suicidio en España, celebrada el pasado 18 de noviembre en el Congreso de los Diputados.

Se ha puesto en marcha una Estrategia de Salud Mental contempla una línea estratégica específica para la prevención del suicidio. Y se ha llegado a un acuerdo en el marco de la Comisión de Presupuestos, donde se consensuó partida específica a la salud mental, con una inversión de 100 millones de euros, que contempla el Plan de Acción a tres años (2021-2024) diseñado por el Gobierno.

Pero más que una dilución del problema del suicidio dentro de la estrategia de salud mental “es necesario un Plan Nacional de Prevención del Suicidio, con financiación específica y finalista e inversión en recursos humanos”.

Como ha pedido el presidente de la Sociedad Española de Urgencias, desde este nivel asistencial se han identificado más necesidades que, de ser solucionadas, repercutirían de forma positiva en la atención de la conducta suicida. “Necesitamos profesionales competentes y formados para atender las tentativas de suicidio”. También abogó por el impulso de un Código Esperanza de atención urgente a la persona con ideación suicida. “Necesitamos recursos estructurales, formación homogénea y un plan multidisciplinar para hacerle frente”.

ALGUNOS DE LOS PASOS QUE SE HAN DADO

– La instauración del día 10 de septiembre con el Día mundial de prevención del suicido

– La activación del 024 como teléfono único de prevención del suicidio  a nivel nacional.

– El documento estratégico de depresión y suicidio dentro de La ley de salud mental

– La sesión en el parlamento español que abordó el tema de la depresión y suicidio

– La implantación de códigos de riesgo de suicidio en servicios de urgencias y colegios.

– Organizaciones de prevención del suicidio y atención a las familias (supervivientes), organizaciones específicas para colectivos (policías)

– Código de buenas prácticas para informar sobre el suicidio en los medios de comunicación.

LA RELACION ENTRE FAMILIA Y SUICIDIO

Es el sufrimiento de la persona (sufrimiento ontológico) cuando se relaciona con distintas variables lo que lleva a la persona a la desesperanza.

El suicidio se debe seguir entendiendo hoy como un hecho con un alto condicionante social, y no sólo como un acto de voluntad individual. Existen diferentes causas en el denominado contexto de suicidio, que origina una destrucción de la estabilidad social, familiar, así como una quiebra de la seguridad laboral y económica.

Son muchos los estudios que se han realizado para analizar la relación existente entre la vida en familia y la incidencia del suicidio. Las conclusiones a las que se han llegado son:

– La influencia de la familia es un factor fundamental para el desarrollo adecuado de los hijos. Cuando la relación entre padres e hijos se fundamenta en el conflicto y en la carencia de apoyo y diálogo, pueden surgir graves problemas en los adolescentes como, por ejemplo, problemas de autoestima y de satisfacción con la vida, síntomas depresivos, estrés y ansiedad, así como la implicación en conductas antisociales y en comportamientos de riesgo para la persona. Los estudiantes que refirieron tener poco apoyo familiar tienen un 69% más posibilidad de presentar ideación suicida.

– El vivir en matrimonio atenúa la incidencia del suicido principalmente en los hombres y en menor medida en las mujeres. Las separaciones matrimoniales suponen un factor de riesgo de suicidio. La pérdida de apoyo emocional y social en torno a la ruptura y separación, además de los sentimientos de vergüenza, estigma o miedo, pueden ser anímicamente destructivos principalmente en los hombres.

– Los hijos protegen frente al suicidio. Cuantos más hijos se tiene menos tendencia al suicidio, es por ello que el descenso de los niveles de fecundidad incrementa las tasas de suicidio.

Se puede concluir que a mayor cohesión familiar el riesgo de ideación suicida se reduce.

Qué mueve a una persona a acabar con su vida

¿Qué lleva a una persona a aborrecer su vida hasta el punto de creer que no vale la pena ser vivida? ¿Por qué razones una mujer o un hombre llega a la firme convicción de que el suicidio es la única salida razonable a una situación vital difícil? ¿Por qué se suicida un elevado número de adolescentes, adultos y ancianos en nuestros días, en una sociedad tan avanzada en cuanto a la “calidad de vida”?

Vivimos en una sociedad que está negando el sentido al dolor, a la enfermedad, a la muerte…y su consecuencia inevitable es que está negando el sentido de la vida.

Este estilo de vida, donde se idolatra el presente, el aquí y ahora (crono-latría), está exaltando la búsqueda de poder y placer como metas existenciales, con la ilusión de que pueden ofrecer aquello que es la aspiración más universal y más antigua: ser felices.

Que es aquello por lo que siempre y en toda situación vale la pena vivir y morir. ¿cuál es el sentido de nuestra existencia?

Victor Frankl, fue una persona que pasó por cuatro campos de concentración, y que profundizó en el sentido de la existencia humana cuando todo alrededor es un sinsentido…. Y una de sus conclusiones es que es necesario rehumanizar el sentido de la existencia (pasar del TENER al SER) y pasa por ir más allá de uno mismo para encontrarse con los demás. Él lo llama la autotrascendencia  en la donación personal.

A veces el sentido último de la vida no lo podemos captar con la razón,  y solo se accdede desde la conciencia. Al mensaje de “venid a mí los cansados y agobiados que yo os aliviaré”  en ocasiones solo queda la respuesta que el centurión del Evangelio  le dio: “Señor no soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme”….

El suicidio es una ceguera frente al sentido de la vida.

A veces es la búsqueda del sentido la única razón frente al suicidio. No hay razones, no hay respuestas… solo preguntas. Solo búsqueda.

El encuentro como elemento curativo, como lugar de felicidad con el ser, con la vida y con la relación. Ese encuentro tiene un carácter existencial.

No hay ninguna situación en la vida que realmente carezca de sentido. Hay tres caminos por los que una persona puede encontrar su sentido: El primero, hacer o producir algo (valor creativo). El segundo es vivenciar algo o amar a alguien (valor vivencial) y por último asumir un destino inevitable y fatal con firmeza adecuada (valor de actitud).

Como se vive el suicidio en la familia

Siempre genera sorpresa cuando se produce un suicidio en la familia. Quizá la dimensión más difícil del suicidio sea la de hallar un significado y un sentido a una muerte repentina, inesperada y violenta que es inexplicable, salvo para quien lo cometió. Son muchas las preguntas e inquietudes que surgen a partir de ello. Sentimientos de abandono que suscitan preguntas de recriminación: ¿por qué me ha hecho esto a mí?; sentimientos de culpa: ¿podría haber hecho algo para evitarlo?; sentimientos de vergüenza: ¿qué pensarán de nosotros, de nuestra familia, de mí, las demás personas?, y sentimientos autodestructivos. En el fondo la familia se pregunta si el suicidio es una expresión de una enfermedad individual o si es una expresión de una disfuncionalidad familiar; es difícil no sentirse en algún sentido responsable por la muerte por suicidio de un ser querido.

La familia tiene un papel muy importante en la prevención del suicidio, sabiendo escuchar al que sufre e identificando las señales de alerta que produce. Estas señales pueden ser verbales con comentarios negativos sobre sí mismo o sobre su vida: “ya no valgo para nada”, “mi vida no tiene sentido”, “las cosas no van a mejorar nunca”, “estáis mejor sin mí”; con comentarios relacionados con la muerte: “me pregunto cómo sería la vida si estuviese muerto”, “me gustaría desaparecer”, “no merece la pena seguir viviendo”; o con señales no verbales, como pueden ser: cambios repentinos de conductas, aumento significativo de la irritabilidad, ingesta de bebidas alcohólicas en mayores cantidades y con mayor frecuencia, aparición de laceraciones recientes en alguna parte del cuerpo, regalar objetos muy personales, preciados y queridos o realizar “ritos de cierre” (hacer testamento, seguros de vida, repartir herencias, cerrar cuentas bancarias o cerrar sus redes sociales).

En palabras de una persona superviviente de un intento de suicidio:

Hay momentos en los que desear no despertar por la mañana, no vivir un nuevo día, se convierte en la mejor de las soluciones. No por fácil, no por no tener a gente querida alrededor que pueda darnos la mano para avanzar, sino porque la vida dejó de ser una aventura que mereciese la pena ser disfrutada. Si bien la decisión es personal, en la mayoría de las ocasiones, me pregunto si una palabra de aliento, un abrazo en un momento inesperado, un café tranquilo y sin prisas, una llamada por teléfono para hablar y no un mensaje escrito rápido, no hubiesen servido para conectar con una persona que se siente desconectada, sola, rendida. Me hace pensar en cómo muchas veces, este ritmo de vida vertiginoso que llena nuestros días de ocupaciones para llenarnos de cosas que tienen fecha de caducidad nos hace inmunes a otros tiempos, a otros ritmos, a otras necesidades. Nos impide reaprender a parar, a mirar, a sentir, a escuchar.

A veces una intervención verbal acertada, en el momento justo y en el lugar oportuno, bien ha podido impedir una tentativa…. A veces una palabra simplemente sirve para sentirse comprendido y su confianza se reactive.

Es necesario reconocer el sufrimiento dentro de las familias. En ocasiones será necesario romper el silencio que encadena a la persona para que se sienta comprendida y su confianza y sus esperanzas se reactiven, otras veces el proceso de cuidado deberá ser acompañado con la ayuda de profesionales.

Como se vive el duelo en la familia

El sufrimiento ante una perdida se soporta con coraje y dignidad, pero también necesita de un sentido. ¡Todo se soporta, todo! siempre que tenga un sentido. Sin sentido, el dolor, el sufrimiento lleva a la desesperación.

¿Pero cómo comprender lo incomprensible?… necesitamos comprender el porqué del mismo, como si pudiéramos, con la comprensión de lo incomprensible, disminuir el dolor.

Después de un suicidio no es fácil hablar, las familias evitan conversar sobre ello, entre otras cosas, porque al principio no hay lugar para la comprensión del fenómeno, todos quedan literalmente sin palabras. No hay palabras suficientemente precisas para contener la experiencia de la muerte por suicidio de un ser querido. Es frecuente que, en la familia, además de los sentimientos de estigmatización, de culpa, se añada el sentimiento de haber sido traicionado, por el suicida, lo cual suscita una gran frustración y decepción.

Según la Asociación Americana de Psiquiatría, los niveles de estrés provocados por la vivencia del suicidio de un ser querido tienen un rango equivalente a la experiencia de un conflicto bélico. Cada muerte por suicidio afecta al menos a 6 personas de su entorno más cercano con un efecto devastador a nivel psicológico, físico, social y económico, y a 135 personas de la comunidad en la que vive. Así tenemos como los familiares, amigos y compañeros del suicida, presentan dificultades para encontrar un significado a lo ocurrido (“¿por qué?”), desarrollando por un lado sentimientos de culpabilidad (“¿qué influencia he tenido yo en su decisión?”), de enfado y de decepción, y, por otro lado, presentan limitaciones en las conductas para afrontar la situación, siendo duelos más complejos y difíciles. Uno de cada cuatro supervivientes en la familia presentan ideas suicidas en los primeros meses de duelo, y reacciones depresivas a largo plazo. Por lo tanto, debe ser prioritario y urgente la atención a la familia, mediante la escucha y el acompañamiento, ya que ese apoyo social es esencial para gestionar adecuadamente el duelo.

Es importante llevar la búsqueda del “si hubiera hecho …” al todo lo que “he hecho o hize” por él, que son realidades incuestionables. Asumir que uno es falible, que no puede tener el control absoluto de la vida de los demás ni sobre la plena felicidad de los otros. Comprender que hay un punto de responsabilidad personal en cada uno de nosotros en el que nadie puede entrar.

El perdón es clave… perdonarse a uno mismo (uno solo no puede hacerlo) …

Aceptación, perdón y el amor son las tareas que tiene que poner en práctica un familiar de un suicida para dar sentido a su situación (recordarlo por todo lo que sí fue y todo lo bueno que aportó). Su vida no se puede resumir en el último acto. Su vida tuvo momentos de entrega de generosidad, de actuaciones con sentido. También tuvo momentos de coraje y dignidad que no se han borrado por su última decisión.

La función protectora de la familia

No se puede justificar el suicidio como una expresión de la autonomía del individuo. El concepto de autonomía personal o de libertad absoluta del individuo con su vida, es un concepto falso. Ningún ser humano es, ha sido y será autónomo en ninguna fase de su vida. El ser humano es un ser que necesita de los demás para su desarrollo integral. Su vida por tanto siempre es consecuencia de una comunidad que le acoge que le protege y que le cuida y sobre la que adquiere una responsabilidad futura. Nunca la disponibilidad sobre la propia vida puede ser considerada un derecho individual porque afecta a la convivencia social.

A la hora de plantearse cómo dar respuesta a las conductas suicidas, la clave fundamental es desarrollar una concepción del ser humano adecuada, es decir, coherente con su naturaleza. Este sentido de la coherencia posibilita a la persona el ir adquiriendo las habilidades para adaptarse a los cambios de sus circunstancias vitales. Cuando las condiciones sociales no respetan o no favorecen el desarrollo de su propia naturaleza se produce un desajuste que debilita a la persona y que favorece socialmente el suicidio.

Partimos de que el ser humano tiene una naturaleza relacional, comunitaria, comunional, política que se concreta en un conjunto de vínculos fundantes y fundamentales que le conforman individual y socialmente, y que, en relación al suicidio, le protegen sobremanera. Los vínculos fundantes y fundamentales son: paternidad, maternidad, esponsalidad, filiación, fraternidad, amistad, solidaridad, mismidad. Y las variables sociales protectoras fundamentales son: la vinculación familiar, vinculación económico-profesional, vinculación política-bien común; vinculación cultural de la vida y la vinculación religiosa.

Una concepción antropológica adecuada materializada socialmente es fundamental para crear un ambiente social protector frente al suicidio.

Estas estructuras fundamentalmente son aquellas que generan vínculos sanos y fuertes que permiten afrontar los desafíos vitales en el proceso de desarrollo integral de cada persona y de la comunidad humana en su conjunto:

– Una concepción adecuada de la propia naturaleza humana que permita una relación sana de cada ser humano consigo mismo y con los demás.

– El trabajo como el medio de transformación de la realidad natural, social y personal mediante la razón y la voluntad.

– La comunidad política que proporciona el concepto de Bien Común, bien que armoniza el bien personal y el bien social como única forma de alcanzar plenamente ambos.

– El cultivo de la dimensión transcendente o religiosa que proporciona el sentido último de la realidad tan importante para mantener un perspectiva personal y social esperanzadora. Tenemos ahora lo que se llama el cuidado de la salud emocional. Es necesario en la de la Iglesia que traten los problemas de suicidio y de salud mental con la seriedad que merecen, y no como algo que no es un problema grave o que puede resolverse únicamente mediante la oración o la dirección espiritual.

La salud mental en la Iglesia es un problema real y no se trata necesariamente con la seriedad, desde un nivel institucional, que merece. La gente se suicida en nuestras parroquias y en nuestras iglesias. Si se capacita adecuadamente, las iglesias y parroquias tendrán un papel clave que desempeñar en la prevención de suicidios en sus comunidades.

– El matrimonio y la familia en donde el ser humano aprende a amar y a ser amado desinteresadamente descubriendo los vínculos de paternidad, maternidad, filiación y fraternidad. Es la primera gran escuela, la escuela más importante, donde aprendemos, junto con otras familias, a ser comunidad. Es una escuela de amor y solidaridad y es escuela de sociedad. La familia tiene como fin constituir una comunidad de personas, promocionando su desarrollo y cuidándolas en la fragilidad.

RECURSOS ACTUALES DISPONIBLES

Línea de atención a la conducta suicida: 024

Teléfono de ayuda: 061

Teléfono de la esperanza: 717003717

Teléfono contra el suicidio (asociación la barandilla): 911385385

Asociaciones: Papageno, Sociedad Española de Suicidología, plataformas de prevención del suicidio (life)

Asociaciones de Superviventes: Familiares y allegados en duelo por suicidio (FAEDS), Centro de Atención al duelo (ALAIA)

LA PREVENCION DEL SUICIDIO

(Fuente: Fundación Española para la Prevención del Suicidio)

Conductas que suelen aparecer en personas con ideación suicida:

  • Cualquier cambio brusco en el comportamiento.
  • Cambios de humor (irascibilidad, comportamiento desafiante, temerario o agresivo, alegría repentina e injustificada, calma y tranquilidad inusuales).
  • Cambios horarios en sus hábitos y forma de vida.
  • Aislamiento social y familiar.
  • Anhedonia (incapacidad para sentir placer), desinterés generalizado e indiferencia ante los elogios y refuerzos.
  • Desinterés hacia su trabajo, sus allegados o sus aficiones.
  • Despreocupación por la higiene o imagen personal.
  • Consumo repentino de alcohol o sustancias tóxicas, o aumento de la frecuencia o de la cantidad que consumía de manera habitual.
  • Acumulación de fármacos.
  • Asunción de riesgos innecesarios y realización de acciones temerarias.
  • Infracción de normas o leyes.
  • Discusiones y peleas.
  • Sospechas de laceraciones u otras autolesiones, aunque sean leves.
  • Cambios en las rutinas del sueño (sufrir insomnio o dormir demasiado).
  • Falta de concentración en la escuela o el trabajo.
  • Falta de apetito sexual
  • Elaboración de planes suicidas y obtención de los elementos necesarios para llevarlos a cabo.
  • Agravamiento de síntomas de trastornos mentales ya existentes.
  • Conductas de cierre, como, por ejemplo: regalar pertenencias apreciadas o valiosas, hacer algún gasto de dinero injustificado o desproporcionado, ceder las mascotas, poner en orden papeles o gestiones administrativas, redactar testamento, hacer visitas inesperadas a familiares o a personas queridas, redactar notas de despedida o cerrar cuentas en redes sociales.

Expresiones verbales que suelen aparecer en personas con ideación suicida:

Expresiones verbales que alguien hace sobre sí mismo:  las cuales pueden ser de culpa, de vergüenza, de impotencia, odio hacia sí misma, sensación de inutilidad, de temor a perder la cabeza o a hacer daño a otras personas. Ejemplos de esas expresiones son frases como: «No valgo para nada», «esta vida es un asco», «mi vida no tiene sentido «, «estaríais mejor sin mí», «soy una carga para todo el mundo», «toda mi vida ha sido inútil», «estoy cansado de luchar».

Expresiones hacia el futuro:  sensaciones de cansancio vital, insatisfacción, frustración, fracaso, dolor, infelicidad, sufrimiento, anhedonia, desinterés, soledad, malestar, desesperanza o desesperación. Dichos como «lo mío no tiene solución», «quiero terminar con todo», «las cosas no van a mejorar nunca».

Expresiones relacionadas con huida, liberación, agradecimiento o despedida, con «tener las ideas claras», saber cómo «resolverlo todo» o «dejar de sufrir».

Expresiones relacionadas directamente con el suicidio o a la muerte, como «me gustaría desaparecer», «quiero descansar», «no deseo seguir viviendo», «me pregunto cómo sería la vida si estuviese muerto», «quiero quitarme la vida, pero no sé cómo», «nadie me quiere y es preferible morir», «no merece la pena seguir viviendo», «después de pensar mucho ya sé cómo quitarme de en medio», «quiero que sepas que en todo este tiempo me has ayudado mucho».

UNA ANTROPOLOGIA ADECUADA

Pero no es posible afrontar el problema de suicidio sino se parte de una antropología adecuada que nos muestre tal y como es el ser humano.

Todo ser humano busca la felicidad.  Pero no todo el mundo cree que el camino para encontrarla sea el mismo. Sin embargo, la experiencia ha demostrado que la auténtica felicidad se alcanza cuando el ser humano desarrolla plena e integralmente su potencial intrínseco.  Este potencial natural debe ser buscado y reconocido, y su consecución es lo que, de una forma genérica, llamamos «bien».  A esto se denomina la «verdad sobre el bien del hombre». Así se descubre existencialmente que el pleno sentido del ser humano se realiza o se alcanza en la donación sincera de uno mismo a los demás. Ya sea en la familia, en la profesión o en la sociedad.

Cuando no se respeta, consciente o inconscientemente, la verdad sobre el bien del ser humano de forma integral, se promociona un desarrollo insuficiente o deformado de su ser.  Esto recibe el nombre de reduccionismo antropológico. Es decir, al hombre se le identifica solo con una parte o dimensión de su naturaleza, infravalorando o disminuyendo las demás (hombre unidimensional). Por ejemplo, cuando solo se tiene en cuenta las necesidades económicas del ser humano y prescindimos de las necesidades culturales se está cayendo en el reduccionismo materialista o economicista. O cuando se prescinde de las necesidades materiales y sólo considera importantes o exclusivas las realidades espirituales, se está promoviendo un reduccionismo espiritualista, etc.

Sin embargo, el reduccionismo antropológico más importante, y que subyace debajo de todos los demás reduccionismos es el que afecta a la dignidad del ser humano como persona. Este reduccionismo sintetiza la situación sociológica de la mayoría de la sociedad actual y es la fuente de fundamental de las sociopatías.

Todo ser humano por el hecho de serlo posee una serie de características esenciales que le hacen ser persona y que le distinguen de los demás seres, vivos o inertes: razón, conciencia de sí mismo; autoposesión, libertad; capacidad de autodonación, afectividad y una radical tendencia a buscar algo que lo trascienda y que no le agote en su vida biológica.

El ser humano descubre en sí mismo una tendencia (vocación) a buscar la verdad y el bien y su dignidad básicamente se manifiesta en asumir esta tendencia como el deber fundamental de su vida. Cuando cumplimos nuestro deber en relación a la verdad y al bien experimentamos la auténtica felicidad. Pero esta felicidad no es la felicidad hedonista, siempre superficial e insatisfecha, sino que es una felicidad que exige, naturalmente, sacrificios pero que siempre da frutos. Esta felicidad es la vivencia del sentido de la existencia.

Y es en la necesidad de asumir este deber de donde surgen los derechos humanos. Los derechos humanos son así entendidos como la salvaguardia de los deberes humanos. Si proteger la vida humana es un deber, entonces la vivienda, el salario justo o la seguridad física y jurídica son derechos humanos. Si comprometerme en el desarrollo político de la comunidad a la que pertenezco es un deber la libertad de expresión, la libertad de reunión o la libertad de conciencia son derechos humanos. etc. 

Y estos derechos humanos nacen, como es evidente, de la propia naturaleza moral del ser humano, naturaleza «prepolítica»,  en el sentido de que  no nacen de una ley aprobada por el Estado que los otorga. Esto solo se entiende si se reconoce la existencia de una dignidad humana natural e intrínseca por el exclusivo hecho de ser persona. Cuando a un ser humano se le priva de su dignidad personal se está cometiendo un crimen, aunque la ley lo permita.

La dignidad humana, por tanto, es la fuente de los deberes y derechos humanos. La desvinculación entre derechos y deberes es una de las características más negativas de la sociedad actual.  Cuando se exige un derecho que no corresponde a un deber (por ejemplo tener un hijo a costa de la vida o dignidad de otro ser humano) o cuando se impone un deber sin que haya un derecho que lo proteja (el deber de trabajar sin un salario justo que permita vivir) se está atacando a la dignidad humana, al bien del hombre y como consecuencia al Bien Común. Sin olvidar que una persona puede renunciar a sus derechos por un bien, pero nunca puede renunciar a sus deberes.

La separación entre derechos y deberes se manifiesta en la actualidad de una forma categórica en el utilitarismo, que es la moral predominante actualmente y que solo considera como «bueno», lo útil pretendiendo reducir al ser humano a un instrumento eficaz y eficiente.  El utilitarismo reduce al ser humano a una máquina biológica o cibernética que se desenchufa cuando no funciona. El utilitarismo reduce al hombre a una herramienta u objeto que cuando no es eficaz o rentable se le despide o se descarta. También se reduce al hombre a un animal de consumo que se consume y que consume dominado por sus tendencias al poder, al tener o al placer.  El ser humano también, en muchas ocasiones, es reducido a un conjunto de órganos y tejidos susceptibles de ser manipulados o comercializados. Sin embargo, todos sabemos por experiencia que cada ser humano es único e irrepetible y posee una dignidad inalienable desde su concepción hasta su muerte natural.

Una de las manifestaciones más claras de la dignidad personal de cada ser humano es la apertura a lo trascendente. Es una cualidad evidente y que está presente en los seres humanos desde la prehistoria. Esta apertura del ser humano, que trasciende lo meramente biológico e instintivo, se sigue manifestando hoy en día después de cientos de miles de años de humanidad especialmente en la búsqueda de sentido y en la vocación del hombre a la verdad, al bien y a la belleza.  La actual cultura científico-técnica ha podido, durante un tiempo muy breve, eclipsar esta dimensión del ser humano. Sin embargo, una cultura científica adecuada no solo no niega el sentido trascendente del ser humano, sino que lo hace mucho más razonable y comprensible a la mentalidad contemporánea. El cientifismo, que redujo el conocimiento humano a una versión deformada de la ciencia eliminando su relación con la filosofía, la moral, la teología o la estética, debe dejar paso un conocimiento humano que integré todas las dimensiones de la realidad.

Desde el punto de vista de las capacidades del ser humano, es necesario un desarrollo integral de acuerdo con su naturaleza racional, moral y afectiva. Los seres humanos estamos dotados de inteligencia-razón, voluntad-libertad y afectividad y es necesario un desarrollo pleno y adecuado de todas pues todas están íntimamente relacionadas.  Un desarrollo insuficiente o desordenado de nuestras capacidades reduce nuestras posibilidades como seres humanos.

Un desarrollo desequilibrado de la razón nos condena a un racionalismo o a un intelectualismo alejado de la realidad.  El objetivo fundamental de la razón es buscar la verdad. El ser humano tiene vocación a la verdad.  A nadie normal le gusta ser engañado. La verdad es la adecuación entre nuestra inteligencia y la realidad. Y esta adecuación adquiere la forma de una búsqueda. El ser humano es limitado y su acceso a la realidad también. Por tanto, siempre hay una distancia irreducible entre nuestro conocimiento de la realidad y la realidad misma. Esta limitación hay que tenerla en cuenta, pero no puede absolutizarse cuestionando la realidad o cuestionando la verdad sobre la misma.  La búsqueda de la verdad es un proceso aproximativo que cada hombre en particular debe realizar y que la humanidad lleva realizando desde los orígenes. Tener conciencia histórica de los avances y retrocesos que ha experimentado la humanidad en su desarrollo es fundamental en la búsqueda de la verdad sobre el bien del hombre.

Este dinamismo de la búsqueda de la verdad es lo que nos permite a los seres humanos dialogar. El diálogo solo es auténticamente humano cuando se orienta hacia la verdad. Si se niega esta búsqueda, el diálogo no es posible y aparece el sectarismo ya sea de tipo religioso, político o científico. Los fundamentalismos y las ideologías pretenden imponer la verdad negando su propia esencia: que la verdad no se impone desde fuera sino que se busca, se descubre -no se fabrica- y se propone. Cuando la verdad penetra en el ser humano se impone en la conciencia y ésta no puede hacer otra cosa que reconocerla y aceptarla. Una de las características de los sectarismos y fundamentalismos es bloquear o anular el juicio de la razón impidiendo el desarrollo de un espíritu crítico honesto con la verdad.

Históricamente, desde el punto de vista institucional o político, el primer enemigo de la verdad es el totalitarismo que puede manifestarse de maneras muy diversas (dictadura, cultura relativista…). Todos los regímenes totalitarios pasados y presentes tienen como objetivo primario anular la vocación intrínseca del hombre a la verdad y su estrategia siempre ha ido orientada a conquistar cada conciencia humana. Así, cada vida humana es en sí misma siempre un bien porque cada niño que nace es una conciencia tendente a la verdad y al bien, y por tanto siempre potencialmente enemiga del totalitarismo.

La conciencia humana es ese espacio interior en el que cada ser humano se confronta con la verdad, por eso es una gran responsabilidad como se forma la conciencia de la persona. Una conciencia no formada en el amor a la verdad es una conciencia manipulada, alienada y, por tanto, sometida a la voluntad del más poderoso, que en cada momento y circunstancia histórica tiene una manifestación distinta.

Cuando los padres, las familias, la escuela no forman la conciencia de los niños en el amor a la verdad están construyendo una sociedad totalitaria, aunque no lo sepan. Respetar y formar la conciencia de cada ser humano es clave para no favorecer ningún totalitarismo.

Contra la vocación del ser humano a la verdad se han alzado diversas corrientes culturales entre las que destacan:

El escepticismo, que niega la capacidad de poder alcanzar una verdad sobre la realidad en general y sobre la realidad del hombre en particular.

El relativismo, que niega que haya una única verdad sobre el bien del hombre afirmando que hay múltiples verdades, ninguna más verdadera que otra, aunque sean contradictorias. Hay diferentes manifestaciones del relativismo. El historicismo, que afirma que la verdad sobre el bien del ser humano depende de la época histórica concreta. El relativismo cultural y religioso, en el que la verdad se hace depender de las características específicas de cada cultura o de cada religión. El subjetivismo, donde la verdad al final depende de cada individuo. Al afirmar que todo es relativo, el relativismo se niega a sí mismo como teoría del conocimiento. En la práctica el relativismo se ha impuesto en la sociedad como una auténtica dictadura de los poderosos contra los débiles ya que al no aceptar una verdad que pueda ser descubierta y admitida por la razón de todos, solo queda la fuerza como argumento; la fuerza de la violencia y del poder.

Y el cinismo, por último, que reconoce la verdad pero que se ríe de ella y prefiere apostar por la defensa de los puros intereses particulares.

Ni el escepticismo, ni el relativismo ni el cinismo han aguantado el juicio de la realidad, de la vida y de la historia. Son, más bien, posturas de salón que pretenden justificar la ausencia de un compromiso con la verdad o legitimaciones utilizadas por el poder para imponer su voluntad. Actualmente en nuestra cultura transmitida por los mass media, hay un descrédito inducido contra la razón que pretende negar la capacidad de ésta, y por tanto del hombre, para el conocimiento de la verdad sobre el bien.

Por otro lado, un desarrollo desequilibrado de la voluntad, nos puede llevar a una libertad «loca» que se puede manifestar de muchas formas: indolencia, hedonismo, activismo. La libertad, y por tanto la voluntad, deben estar subordinadas a la verdad sobre el bien del hombre. Es cierto que el hombre debe ser libre para poder desarrollarse, pero la libertad tiene dos momentos. Un primer momento que supone liberarse de las cadenas que le oprimen ya sean físicas, políticas o psicológicas.  Y un segundo momento, que normalmente se obvia, y es en el que debe orientar su libertad hacia un proyecto de plenitud moral. La libertad auténticamente humana es una libertad moral, que es directamente proporcional a la responsabilidad, es decir, orientada hacia la búsqueda del bien; es una libertad también realista, es decir, que reconoce la realidad del ser humano y sus condicionamientos. La libertad del ser humano no es ausencia de condicionamientos. 

Frente a una concepción de la libertad auténticamente humana se alza, en primer lugar, el relativismo moral, como ya hemos mencionado, que conlleva la desvinculación entre la verdad y la libertad y que  es sin duda uno de los problemas más importantes de la sociedad y del momento histórico actual. Es la verdad la que nos hace libres y no al revés.  La negación de la verdad y por tanto la negación de la posibilidad de conocer y buscar el bien objetivo del ser humano hace que hoy predomine una cultura nihilista, es decir, carente de valores o principios morales que den sentido y proyección a los seres humanos.

Las consecuencias de ello sobre la realidad personal, social y política son enormes: por ejemplo un concepto de democracia formal vacía de valores morales objetivos, que solo se basa en el respeto a ciertos procedimientos -procedimentalismo-, pero incapacitada para generar una autentica responsabilidad política del pueblo.  O un concepto de justicia que se limita a la aplicación de un derecho positivo, es decir, un derecho cuya formulación se ha desvinculado de principios morales pre-políticos – principios no derivados del poder político, del consenso, del contrato, sino de la propia dignidad humana.

La experiencia nos dice que la libertad se autodestruye cuando no respeta ni su orientación hacia el bien o cuando no asume la realidad del hombre. Frente a este concepto de auténtica libertad humana se ha alzado también el existencialismo que apuesta por una libertad absoluta, sin condicionamientos, sin límites, sin orientaciones salvo la propia voluntad subjetiva del individuo manifestada siempre como voluntad de poder. Como consecuencia de este existencialismo se deriva un constructivismo en el que el ser humano no sólo no reconoce una verdad objetiva y permanente sobre el ser humano, sino que el propio ser humano cree que puede construirse a sí mismo en todos los niveles desde la nada: inteligencia, personalidad, sexualidad (ideología de género) … Este constructivismo se ha acentuado con el factor tecnológico y con las investigaciones en biología molecular, genética y neurociencia que en la actualidad plantean la posibilidad de una trasformación psicosomática del ser humano mediante la inserción de interfaces artificiales, la estimulación cerebral y la modificación genética. Es lo que se ha denominado transhumanismo, es decir, ir más allá de lo humano.

Finalmente, cuando la razón se desvincula de la búsqueda de la verdad, y la libertad, por consiguiente, se desvincula de la responsabilidad. Entonces la afectividad se descontrola y hace que tanto el juicio y la acción estén guiadas por un emotivismo irracional susceptible de ser permanentemente manipulado. Los afectos, las emociones y los sentimientos son muy importantes en el ser humano y son los que de alguna manera movilizan y dan un sabor, un color, un olor a las relaciones humanas.  El afecto si es fruto del amor nos permite conocer mejor y más al fondo de lo que somos; se adquiere una sensibilidad nueva. Prescindir, despreciar o infravalorar la dimensión afectiva del ser humano es un reduccionismo nefasto, pero no saber integrar esta dimensión es aún peor.  Las emociones, sentimientos y afectos deben vincularse adecuadamente a la razón y a la voluntad. Un ejemplo dramático de este problema es cómo se está educando actualmente a los niños y jóvenes en un permisivismo que los hace seres débiles y manipulables. Otro ejemplo es la actual crisis de la institución matrimonial y familiar. El emotivismo irracional hace que se construyan relaciones muy débiles, fáciles de romper al menor contratiempo, incapaces de afrontar las dificultades y los proyectos de una vida seria. 

La dimensión afectiva es muy importante y hay que cultivarla adecuadamente.  Actualmente el emotivismo irracional es una corriente en la que se podrían englobar muchas tendencias aparentemente contradictorias pero que poseen un denominador común: la desvinculación entre verdad y libertad, y el aislamiento entre razón y afectividad. Con esta tendencia, la argumentación moral racional que da razón de lo que se hace, por qué y para qué se hace, ha sido desterrada y se impone un tipo de argumentación que identifica lo bueno con lo que «yo apruebo», sin mayor contraste racional con una verdad objetiva. Según el emotivismo, los juicios de valor, y más específicamente los juicios morales, no son nada más que expresiones de preferencias, expresiones de actitudes o sentimientos en la medida en que éstos posean un carácter moral o valorativo. Al ser los juicios morales expresiones de sentimientos o actitudes no son verdaderos ni falsos y el acuerdo en un juicio moral no se asegura por ningún método racional porque no lo hay. Para el emotivismo la proposición «esto es bueno» significa aproximadamente lo mismo que «yo apruebo esto; hazlo tú también». También decir «esto es bueno» es enunciar una proposición con el significado aproximado de «¡bien por esto!».

Al final, lo que se impone son los intereses particulares de cada individuo, de cada clan o cada casta sin que haya un juicio universal e impersonal que pueda servir para construir una convivencia social realmente humana. Con el emotivismo irracional dominante, el Bien Común de la sociedad está a la deriva.

Desde el punto de vista de la naturaleza objetiva del ser humano hay tres polaridades antropológicas que determinan su desarrollo.  La polaridad cuerpo-alma; la polaridad varón- mujer y la polaridad individuo- sociedad.

Entendemos por polaridad antropológica dos dimensiones distintas del ser humano, distinguibles, inconfundibles pero que están relacionadas y que no pueden separarse o aislarse. Evidentemente la polaridad genera tensión pero no se puede eliminar. Reducirlas eliminando una de ellas (monismo) o separarlas (dualismo) supondrían una concepción antropológica errónea fuente inagotable de problemas.

Polaridad cuerpo-alma.  Actualmente es una de las más difíciles de asumir puesto que vivimos en una sociedad muy materialista. Sin embargo, todo ser humano tiene experiencia de su dimensión corporal y de su dimensión espiritual. El ser humano es una unidad sustancial cuerpo-alma. Y tiene necesidades materiales evidentes: comer, beber, dormir. Pero también tiene necesidades espirituales como buscar la verdad y el conocimiento; encontrar el sentido de su existencia; contemplar la belleza en la naturaleza, en el arte; amar y sentirse amado. Y ambas dimensiones están conectadas de tal forma que se influyen mutuamente. Una buena salud mental, psicológica y espiritual repercute positivamente en la salud corporal y viceversa.  Cuando Viktor Frankl relata su experiencia en los campos de concentración (El hombre el busca de sentido) constata como los que más resistieron el sufrimiento físico son los que realmente tenían un sentido para su vida y no los más fuertes físicamente.

Por medio del cuerpo el hombre se siente, inevitablemente, inserto en el cosmos y participa, con toda su sensibilidad y conforme a su ser racional, de leyes de la naturaleza firmemente establecidas. La corporeidad es algo esencial para la identidad de la persona como demuestra la identidad sexual.

Por otra parte, por medio del espíritu el hombre trasciende la realidad material y es capaz de proyectarse hacia el futuro en una familia, en un proyecto profesional o social; insertarse en la historia de las generaciones anteriores; preguntarse por el sentido de su existencia o por el origen de la propia realidad que le rodea. Su propio ser moral de querer ser mejor y que la realidad progrese pertenecen también a esa dimensión inmaterial o espiritual que además es personal, única e intransferible y determina también, como su cuerpo, su identidad.

Esta polaridad se vive con tensión en el hombre de forma que la unidad no se experimenta de forma pacífica. La historia es, desde siempre, la sucesión de diversas formas de espiritualismo y materialismo que buscan un modo de resolver definitivamente esta dualidad en la unidad. Cuando Descartes dice «Pienso luego existo» estaba reduciendo el ser humano solo a pensamiento. Cuando la sociedad actual nos empuja a consumir para encontrar la felicidad nos está reduciendo solo a materia.

El dato antropológico fundamental que nace de la estructura originaria del hombre es la irreductible unidad dual de estas dos dimensiones corporal y espiritual. Y es esta relación la que hace que cada ser humano sea único e irrepetible, tenga sus propias experiencias, sentimientos, pensamientos y su específica vocación.

Polaridad varón-mujer: Otra dimensión antropológica originaria que se manifiesta ya en la corporeidad es la diferencia sexual entre masculino y femenino. Históricamente ha habido una valoración del cuerpo y de la sexualidad como algo negativo que no ha favorecido una adecuada vivencia de esta polaridad. La naturaleza sexuada de los animales tampoco ha favorecido que se pueda considerar esta polaridad como un elemento específico del hombre mismo.  Sin embargo, la dualidad varón-mujer en la persona humana hay que tenerla muy en cuenta en términos de reciprocidad asimétrica. La sexualidad humana implica que la persona existe siempre y solo como varón o como mujer. No hay un tercer o cuarto sexo. El sexo no es opcional.

En la relación hombre-mujer se descubre que el ser humano siempre tiene necesidad del otro, depende del otro para su propio cumplimiento, y al mismo tiempo, es capaz de superarse para dejar espacio al otro. Se trata de una alteridad que es también diferencia.

La sexualidad indica, por tanto, que para el hombre la alteridad, la relacionalidad es constitutiva e insuperable. A causa de su naturaleza sexuada, mediante el vínculo con la generación, el hombre descubre la muerte. La unidad dual hombre-mujer inserta al ser humano en el ciclo de las generaciones humanas que se suceden implacables, mediante el cual la especie misma se conserva. La naturaleza dramática de la existencia humana alcanza aquí una de sus cotas más altas.

En este contexto es en el que se inserta la reflexión sobre el principio de la ayuda recíproca entre el hombre y la mujer: el hombre y la mujer son iguales y al mismo tiempo insuperablemente distintos. El contenido propio del dato antropológico de la naturaleza sexuada de la persona humana puede formularse mediante la categoría de reciprocidad entre el hombre y la mujer, expresión del binomio identidad-diferencia. La identidad (dignidad personal) del ser humano se manifiesta en la diferencia entre hombre y mujer. La sexualidad, en cuanto que dimensión constitutiva de la persona, pone de manifiesto simultáneamente la identidad y la alteridad, la unidad y la dualidad. Esta unidad dual abre, objetivamente, el horizonte de la reciprocidad.

Sin embargo, la experiencia humana elemental muestra que la reciprocidad no es complementariedad. No es búsqueda de una unidad andrógina, como sugiere Aristófanes en el Banquete de Platón. El hombre-mujer no expresa dos mitades de un uno perdido. La reciprocidad entre el hombre y la mujer es asimétrica, no se cierra y no se completa en sí misma, sino que siempre permanece abierta. Abierta a la vida de otros seres humanos (hijos); abierta a la vida en la sociedad a la que pertenecen (Bien Común).  Esta estructura de reciprocidad asimétrica abre al hombre al descubrimiento del don sincero de sí mismo al otro y a los otros como forma más elevada de realización personal. 

La diferencia sexual, en cuanto que dualidad en la unidad, manifiesta que el rostro completo de la reciprocidad asimétrica es la fecundidad. Por ello, los factores sexualidad, amor y procreación están esencialmente correlacionados, de modo que no es posible, en sentido objetivo y absoluto, sustraerlos de su mutua implicación sin alterar sustancialmente la esencia de cada uno de ellos. Cuando amor, sexualidad y procreación se viven por separado se degradan.

Polaridad individuo -sociedad. La unidad dual hombre-mujer puede ser considerada justamente el signo primero de la última polaridad constitutiva de la persona humana, la de individuo-sociedad. Esta polaridad manifiesta la unidad dual mediante la toma de conciencia de la originaria sociabilidad del hombre. El hombre es más que un ser social, es un ser político y comunional; un ser orientado hacia la solidaridad-comunión con otros hombres. Aristóteles hablaba de amistad civil como una virtud fundamental para la vivencia del Bien Común. La amistad civil está basada en la concordia, literalmente «con el mismo corazón», y que no se debe restringir solo a las personas sino también a los grupos humanos que forman comunidades políticas más amplias como familias, pueblos, naciones. Sin la amistad civil (politike philia), sin solidaridad diríamos hoy en día, no es posible ninguna comunidad política y por tanto la verdadera sociedad humana. El amor de amistad civil, la solidaridad, exige reciprocidad y supone una auténtica vocación.

El hombre como animal político de Aristóteles se ha interpretado de forma estructuralmente optimista o de forma pesimista como Hobbes (Homo homini lupus: El hombre es un lobo para el hombre) en la que la libertad humana si quería sobrevivir a su propia depredación tenía que admitir la ley y el Estado como una imposición externa resultado de una convención. Por otro lado, fruto de la elaboración ideológica esta tensión originaria entre individuo y sociedad genera la variada gama de sistemas sociales: desde el idealismo liberal (el individuo está por encima de la comunidad) hasta el comunismo perfecto (la comunidad está por encima del individuo), resultando que en ninguno la tensión ha sido y puede ser superada. Por un lado, el individuo está permanentemente expuesto al peligro de ser considerado un número insignificante negándole toda capacidad de trascendencia. Por otro lado, el individualismo ha demostrado su capacidad destructiva de la solidaridad y la concordia política.

Sin la dimensión comunitaria, la existencia humana sería incomprensible. Los seres humanos están creados como personas capaces de un conocimiento y de un amor que son personales e interpersonales. Cuando se habla de persona nos referimos tanto a la identidad e interioridad irreductible -cada ser humano es único- que constituye cada individuo como a la relación fundamental con los otros que está en el cimiento de la comunidad humana.

La persona no puede encontrar realización sólo en sí misma, es decir, prescindir de su ser  « con » y « para » los demás. Esta verdad le impone no una simple convivencia en los diversos niveles de la vida social y relacional, sino también la búsqueda incesante, de manera práctica y no solo ideal, del bien, es decir, del sentido y de la verdad que se encuentran en las formas de vida social existentes.

Una concepción antropológica adecuada materializada socialmente es fundamental para crear un ambiente social protector frente al suicidio. Sin embargo, la cultura actual: individualista, materialista y hedonista, ha reducido la dignidad humana hasta tal punto que ha generado un ecosistema pro-suicida. Las personas más vulnerables desde este punto de vista están cada vez más expuestas a un ambiente que ha roto o degradado las estructuras que conforman adecuadamente al ser humano.

Estas estructuras fundamentalmente son aquellas que generan vínculos (fundantes y fundamentales) sanos y fuertes que permiten afrontar los desafíos vitales en el proceso de desarrollo integral de cada persona y de la comunidad humana en su conjunto.

• Una concepción adecuada de la propia naturaleza humana que permita una relación sana de cada ser humano consigo mismo y con los demás.

• El matrimonio y la familia en donde el ser humano aprende a amar y a ser amado desinteresadamente descubriendo los vínculos de paternidad, maternidad, filiación y fraternidad.

• El trabajo como el medio de transformación de la realidad natural, social y personal mediante la razón y la voluntad. Descubriendo la solidaridad intrínseca del trabajo el ser humano descubre la solidaridad social y por tanto política.

• La comunidad política que proporciona el concepto de Bien Común, bien que armoniza el bien personal y el bien social como única forma de alcanzar plenamente ambos.

• El cultivo de la dimensión transcendente o religiosa que proporciona el sentido último de la realidad tan importante para mantener un perspectiva personal y social esperanzadora.