OMS-candidatos-eleccion-Director-general_MEDIMA20170125_0152_5La candidatura, se decidirá más teniendo en cuenta intereses de índole geopolítica que relativas a la salud global.

El próximo mes de mayo la Organización Mundial de la Salud (OMS) elegirá un nuevo director general. Los tres candidatos a la elección son Tedros Adhanom Ghebreyesus, experto en malaria y exministro de Sanidad de Etiopía; David Nabarro, médico británico veterano en la OMS –ingresó en 1999 para dirigir el programa de control de la malaria–; y Sania Nishtar, cardióloga, exministra de Pakistán, experta en obesidad y enfermedad cardiovascular.

El hecho de poder hablar de tres candidatos es de por sí una novedad. Hasta la fecha, el puesto era ocupado por personas elegidas “entre bambalinas” por las grandes naciones. La elección del máximo dirigente de la OMS se realizaba por sufragio secreto entre los 194 estados miembros de la organización, con la sencilla regla de “un país un voto” y entre diversos candidatos presentados por los países. La posición de EEUU o China valía lo mismo que la de Lienchesten o Angola.

Se trataba de un proceso opaco en el que no han faltado las acusaciones públicas de soborno. Pero este año, aunque el sistema de votación sigue siendo el mismo, por primera vez la elección se realizará entre candidatos conocidos, que están de campaña para acceder al puesto y que, además, deben cumplir un código de conducta.

Aunque los expertos en salud global declinan pronunciarse en público por ningún candidato, Donald G. McNeil Jr. asegura en The New York Times que, en privado, muchos de ellos predicen una batalla final entre Nabarro y Tedros.

Tedros es el candidato respaldado por la Unión Africana, que insiste en que es el turno de este continente de liderar la organización, así que cuenta ya con 55 votos, pero hasta muy recientemente ha sido ministro de exteriores de Etiopía, en un Gobierno que ha violado repetidamente los derechos humanos. Tedros no está vinculado directamente con ninguna de estas cuestiones, y las ha criticado en público, pero sigue formando parte de la élite del partido que gobierna Etiopía, lo que puede jugar con su contra.

Nabarro es un profesional de la salud global muy conocido en el circuito internacional, sobre todo en Occidente, aunque de momento solo cuenta con el apoyo declarado de Reino Unido. Desde 1999, ha dirigido diversas agencias de la organización, relativas a la gripe aviar, el ébola o el cólera en Haiti. Aunque perdió unas pasadas elecciones para dirigir el Fondo Mundial de lucha contra el VIH, la tuberculosis y la malaria –uno de los suborganismos de la OMS más influyentes– es quizás el candidato con más experiencia en este tipo de procesos de selección.

Las posiciones públicas de los candidatos con respecto a la OMS, de hecho, son muy parecidas. Todos prometen mayor transparencia y eficiencia, quieren que aumente el presupuesto de la organización y temen que el nuevo presidente de los EEUU, Donald Trump, corte el grifo del que es el mayor donante de la organización. Los tres candidatos se han posicionado además a favor de reducir el precio de medicamentos y vacunas, prestar más atención al cambio climático y restaurar la capacidad de respuesta de la organización ante las pandemias, quizás la prerrogativa más importante de la organización, única institución capacitada para declarar una emergencia sanitaria global y organizar los recursos para atender esta.

Pero, más allá de las buenas intenciones, como explican en The New York Times, los candidatos han evitado posicionarse sobre algunas cuestiones fundamentales: ninguno dice que parte del presupuesto de la agencia recortará cuando llegue al poder si, como es previsible, disminuyen las donaciones, y ninguno se atreve a reconocer que algunos países, fundaciones y corporaciones tienen demasiada influencia en la OMS, un problema clave para la mayor parte de expertos en la gobernanza de la salud global.

Y es que la OMS no está pasando por su mejor momento. Su capacidad económica está en horas bajas: el presupuesto anual es de 2.200 millones de dólares, aproximadamente la mitad del previsto por el Gobierno español para su partida sanitaria (4.093 euros). Este dinero, además, solo proviene en un 30% de la Organización de Naciones Unidas, el resto proviene de donaciones, como las que realizan de forma adicional países como Estados Unidos, Reino Unido o Noruega u organizaciones privadas como la Fundación Bill y Melinda Gates o Rotary Internacional. Estas donaciones suelen ir asociadas a programas concretos. Si a los donantes, por ejemplo, les interesa erradicar la polio pero no luchar contra la obesidad se potenciará un área frente a otra. Una serie de intereses con los que el nuevo director general tendrá que lidiar, por no hablar de las presiones del lobbie farmacéutico y alimenticio.

La negativa de los gobiernos a invertir en la OMS es uno de los mayores problemas de la organización, lo importante es que se promueva la voluntad política de los estados miembros de la organización para dedicar una financiación suficiente y sostenible. En este sentido, es importante que el nuevo director de la OMS defienda la independencia de la organización, que ha sido torpedeada: “Tendrá que poner en práctica medidas para proteger a la OMS de ser influenciada por los intereses particulares de los donantes, y debe afirmar la primacía de la salud pública por encima de esos intereses privados”.