Juan Erviti, doctor en Farmacia y jefe de la Sección de Información y Asesoría del Medicamento del Servicio Navarro de Salud, aborda sin tapujos la sobremedicación que caracteriza a la actual sociedad del bienestar. ¿Son los medicamentos salud o puro negocio? ¿Se inventan enfermedades o se cronifican para que las farmacéuticas se lucren con sus remedios? ¿Son abusivas las leyes de patentes, que están arruinando a no pocos estados en el mundo, o que directamente son inalcanzables para la mayoría de enfermos que no viven en países desarrollados?
Para Erviti, “los fármacos se están utilizando en exceso”. Y pone como ejemplo uno de los más consumidos en nuestra sociedad: las estatinas que combaten el colesterol. “En las personas que han tenido un episodio cardiovascular previo sí es cierto que el tratamiento farmacológico aporta algún beneficio. Pero en pacientes que simplemente tienen el colesterol elevado porque sí o como único factor de riesgo, la medicación es prácticamente ineficaz. Se ha publicado un metanálisis, un sumatorio de los mejores estudios clínicos, que dice que en personas mayores de 60 años que no tienen efectos cardiovasculares establecidos el tratamiento farmacológico no aporta ningún beneficio en reducción de morbilidad o mortalidad. De hecho, en todos los países en los que se ha observado una reducción de la muerte de origen cardiovascular prácticamente el 65% del descenso tiene que ver con dejar de fumar, que es lo principal. Lo segundo es controlar bien la tensión y, lo tercero, la obesidad. Respecto al control del colesterol, en pacientes con un evento previo ha conseguido reducir la mortalidad en un 4%, y en aquellos sin antecedentes, un 0,3%, o sea, nada”.
Erviti hace hincapié en que, además, los fármacos son la tercera causa de mortalidad en el mundo desarrollado, “vamos que también matamos con medicamentos”.
Menos control y más presión de la industria
“Cada vez se están relajando más las condiciones de autorización de los medicamentos, para que con menos garantías de eficacia y de seguridad vayan saliendo al mercado con el objeto de facilitar el negocio, a veces poniendo en riesgo la salud de la gente. Desde los años 80 se ha producido una relajación de esas condiciones, una mayor permisividad en detrimento del rigor científico y de la seguridad de los pacientes. Esto ha hecho que el medicamento sea cada vez un mayor negocio y que la salud no siempre mejore con la llegada de fármacos.
“Las pastillas contra el colesterol tienen más problemas que los que nos dicen los estudios, de los que se excluye a los pacientes que les va mal el medicamento. Entonces, aparecen más reacciones que las publicadas, habitualmente renales y musculares. Es muy frecuente que ancianos que les han dado la pastilla tengan problemas musculares que les impiden muchas veces la movilidad, dar paseos… Les limita la vida”, afirma.
“Se han retirado muchísimos medicamentos, pero también hay otros que deberían fuera pero no lo están. Por ejemplo, se retiró el Vioxx, un antiinflamatorio que se calcula ha causado más de 100.00 muertes y que cuando salió al mercado la compañía ya sabía que producía infartos. Otros son aprobados por la agencia americana del medicamento, pero no por la europea, y viceversa, según de dónde sean los laboratorios que producen el fármaco en cuestión”, denuncia Erviti.
“Este es un mundo sujeto a grandes conflictos de interés. La agencia europea o americana del medicamento están formadas por expertos que evalúan adecuadamente la relación beneficio-riesgo, y en principio hacen lo que tienen que hacer, pero hay que tener claro que están financiados en más de un 80% por la industria farmacéutica. Por eso es cada vez más importante buscar fuentes de información independientes de la industria farmacéutica y hablar con expertos que merezcan nuestra confianza para tener informaciones más contrastadas. También vivimos en un mundo muy demandante, en el que los pacientes queremos soluciones para todo, sencillas, y si me dan una pastilla que además no me cuesta dinero, como ocurre en el sistema actual, mejor que mejor”, finaliza.
Crear enfermedades, otro negocio
“La osteoporosis es el paradigma del ‘disease mongering’, o inventarse enfermedades que no existen para vender medicamentos y, además, exagerar ciertos factores de riesgo para tratarlos con fármacos de muy dudosa eficacia”, opina. “Se podría decir que no merece la pena dar ningún medicamento en estos casos y, sin embargo, es un mercado creciente que consiste en asustar a las mujeres diciendo que tienen un factor de riesgo que no es tal. Por ejemplo, la desintometría ósea es una prueba que no está aprobada por ninguna agencia y realmente no predice el riesgo de fractura. Se ha visto en mujeres que, tras hacerse la desintometría, tienen una densidad ósea baja a los diez años al 94% de ellas no les ha pasado nada. Y tan solo el 6% se ha fracturado. Sin embargo, se ha conseguido generar una inquietud generalizada para tratar de enfermas a muchas mujeres que no lo son, generar tratamientos que no van a aportar nada y para mover un mercado suculento”.
Los medicamentos eficaces que no se pueden pagar
El problema de las patentes es otro de los conflictos sin resolver que afectan directamente a los sistemas de salud públicos. El más reciente, el del Sovaldi, contra la hepatitis C. El desarrollo de este medicamento, propiedad de compañía norteamericana, había costado 60 millones de dólares, según una investigación ordenada por el Senado de Estados Unidos. Según Erviti, “este es un medicamento por el que, siendo muy generosos, sería razonable pagar unos 120 euros por tratamiento. Estamos pagando 35.000. Su precio no tiene nada que ver con los costes de investigación y desarrollo. Ya hay profesionales que hablan de formas alternativas al sistema actual de patentes que nos está sangrando a las sociedades, con precios injustificados, y haciendo que las compañías se lucren”.