Al mismo tiempo que se producen nuevas epidemias que generan en nuestra sociedad gran alarma social, como ha sido el último caso del Ébola, también convivimos en este mundo globalizado, con las enfermedades ligadas al hambre y las guerras, que afectan a más de 1.000 millones de personas y de las que somos ajenos en el mundo occidental.
Estas enfermedades pese a causar una alta carga de mortalidad no son rentables para la industria farmacéutica, en ellas, no se investiga proporcionalmente a la severidad de las mismas, y no se invierte, pues no hay recuperación económica.
En muchos otros casos hay medios para controlarlas o tratarlas pero, sencillamente, los enfermos no tienen acceso al medicamento. Son enfermedades intencionalmente olvidadas ya que los que se ven afectadas por ellas son poblaciones empobrecidas.
Además son enfermedades que imponen una pesada carga económica en términos de pérdida de mano de trabajo productiva e impiden el desarrollo socioeconómico de las siguientes generaciones. Además los enfermos requieren cuidados costosos y prolongados, y muchas enfermedades conllevan discapacidad permanente, con frecuencia desde la juventud.
La leishmaniasis es un ejemplo paradigmático. Se trata de una enfermedad protozoaria transmitida por la picadura de la hembra del flebótomo o mosca de la arena.
En sus dos formas, visceral y cutánea, se distribuye por 98 países, causando unos 300.000 casos de la primera y un millón de la segunda. Más de 350 millones de personas viven en zonas de riesgo y más de 20.000 mueren cada año.
La leishmaniasis está íntimamente ligada a la pobreza, y la guerra lleva a ella inexorablemente. El colapso de los sistemas de salud, la inaccesibilidad a los medicamentos, la malnutrición y el hacinamiento son el sustrato ideal para la transmisión de esta parasitosis. Siria, Colombia o Sudán del Sur son ejemplos en los que sus conflictos bélicos han llevado recientemente a grandes brotes epidémicos tanto de la forma cutánea como de la visceral.
Las medidas epidemiológicas (el control vectorial mediante mosquiteras e insecticidas) permiten reducir de forma muy importante la incidencia de la leishmaniasis. Así se ha demostrado en el sur de Asia, en países especialmente azotados por la enfermedad parasitaria, como India, Bangladesh y Nepal. Allí, el programa de erradicación de la leishmaniasis ha conseguido reducir de más del 90 por ciento a un 5 por ciento los casos de la forma visceral de la enfermedad, que es la más grave.
Hay que tener en cuenta que desde la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1945 no se habían visto tantas crisis humanitarias como las que afectan a más de 300 millones de personas desde el año 2000. A los desastres naturales, se suman los conflictos armados, con más de 30 países sufriendo guerras en el año 2014. La más cruel puede ser la que afecta a casi 15 millones de personas en Siria, con 250.000 fallecidos. Pero los 52 años de guerrilla en Colombia han dejado un reguero de 220.000 muertos y casi 5 millones de desplazados internos, y las tres guerras civiles de Sudán del Sur en las últimas décadas no sólo quebraron vidas por acciones militares, sino que derivaron en cientos de miles de personas desplazadas y, más recientemente, han provocado deliberadamente una hambruna en el continente sin precedentes.