A lo largo de la historia, la humanidad ha orientado sus prácticas económicas, sociales y políticas a la constante búsqueda del mejoramiento de las condiciones de existencia. La sociedad occidental moderna no es una excepción, por el contrario, podría decirse que constituye un punto álgido del imaginario que persigue un ideal utópico en todos los ámbitos de la vida.
Desde distintas versiones ideológicas y en diferentes momentos históricos se ha buscado la supuesta perfección en lo espiritual, político, social y cultural; y más recientemente en lo biológico, que incluye la definición de aspectos clave como la salud, la enfermedad y la vida bajo orientaciones dadas, entre otras disciplinas, desde la ciencia médica.
«La salud perfecta», la «Gran salud» o el también llamado “nuevo paradigma de la salud”, es uno de los pilares de la utopía de este principio de siglo, que tiende a imponerse como el único proyecto mundial.
A partir del siglo XVIII la medicina se expande paulatinamente hacia campos exteriores al de la salud, de manera que el médico se convierte en una autoridad social y el hospital en una institución de control y medicalización. Según Foucault, para esta época se da la inclusión del ser biológico en el ámbito del poder, constituyendo un fenómeno de la modernidad occidental al que denomina y define como biopoder, el cual habla del «conjunto de mecanismos por medio de los cuales aquello que en la especie humana constituye sus rasgos biológicos fundamentales podrá ser parte de una política, una estrategia política, una estrategia general del poder». En otras palabras: la aplicación e impacto del poder sobre todos los aspectos de la vida a través del campo médico.
La biopolítica está pues encaminada en última instancia a que las mentes de las personas se autoregulen (controlen) y determinen sus actitudes y prácticas de acuerdo con los presupuestos del poder hegemónico.
Como consecuencia la medicina moderna se ha consolidación como un mecanismo de poder desde finales del siglo XIX, asociado a los avances de la biología y la química molecular, que produce entre otras cosas que la atención se traslade del paciente a la enfermedad; este conocimiento cada vez más detallado del nivel celular, molecular y genético se ha derivado en el desarrollo de fármacos dirigidos básicamente a tratar los síntomas personalizadamente.
Podemos afirmar que el uso cada vez más intensivo de las terapias farmacológicas va aparejado con una reconfiguración del campo médico en el marco de la sociedad neocapitalista, en tanto que establece un vínculo directo con la dimensión político-económica, convirtiendo a la industria bio-farmacéutica en una fuente de poder.