Las técnicas de reproducción humana asistida se emplean cada vez más. España es puntera en ello. En 2016, con 47 millones de habitantes, teníamos 383 clínicas, con 48.000 nacimientos. Hemos llegado en España a que uno de cada diez niños nace por esta vía.

Hay que tener en cuenta que la eficacia de las técnicas de reproducción asistida es la más baja de todas las financiadas por la sanidad pública española, el índice de nacimientos, tras un ciclo de estimulación ovárica  es del 19,2 %. Después de tres ciclos, las cifras llegan en el mejor de los casos al 40,2 %. Es decir, que la mayoría de las mujeres que se someten a estas técnicas de reproducción no consiguen el objetivo de la maternidad.

Otro elemento que hay que tener en cuenta es el económico. El coste por cada ciclo de estimulación está entre 4.000 y 5.000 euros. Además el nicho de mercado ha  ido creciendo,  comenzó para ayudar a parejas estériles y se extendió a parejas infértiles, posteriormente  también a parejas homosexuales y a mujeres sin pareja, y ahora ya se aplica sobre mujeres posmenopáusicas. Se ha convertido en un negocio en alza.

Por otro lado tenemos a los “sobrantes”,  a todos aquellos seres humanos en fase embrionaria producidos bajo estas técnicas de reproducción y que tras desarrollarse en medios artificiales son sometidos a técnicas de diagnóstico preimplantatorio, lo que supone un riesgo para su viabilidad ya que se selecciona a unos y se descarta a otros. Los no seleccionados o bien son destruidos, o almacenados en congeladores. Alguno de los implantados pueden ser destruidos en el caso de gestación múltiple (sería un aborto selectivo o también llamado técnicamente “reducción embrionaria”).

Tras esta realidad se esconden muchas cuestiones que merecen una profunda reflexión. Las relacionadas con la sexualidad humana y el sentido de responsabilidad, la vinculación de la sexualidad con la procreación, la integración entre el ámbito corporal y el espiritual de la persona,  las relacionadas con la posible manipulación o instrumentalización de seres humanos para satisfacer los deseos de terceros o la imposición de una determinada ideología. Pero sobre todo la consideración de los 450.000 embriones humanos “sobrantes” que hay en España y que son condenados a permanecer crioconservados hasta que sean útiles “para algo” (investigación, deseo de los padres de tener otro hijo…). Así como  el comportamiento de muchas clínicas y profesionales sanitarios, que movidos por un interés exclusivamente mercantil, aprovechan el profundo deseo de maternidad de muchos matrimonios, para introducirlos en una espiral en la que todo vale, sin reflexión alguna, y no respetando en muchos casos los  fines de la medicina.

No se puede negar que las tecnologías de la salud han permitido diagnosticar y tratar enfermedades que sin ellas hubiera sido imposible curar. Pero aplicadas sobre el hombre tienen un componente ético indudable. Si su uso no respeta su dignidad, pueden convertirse en inhumanas y generar innumerables víctimas.  Y es que con frecuencia podemos ver como el dinero y las ideologías amenazan el uso correcto de la tecnología, eliminado de la ecuación el valor innegociable de cada ser humano  y que ha sido la clave de los  grandes avances que la tecnología ha tenido en muchos ámbitos, pero especialmente en la medicina.

Porque que no todo lo que es técnicamente posible es ético.