Se dedican muchos científicos y mucho dinero a desarrollar sustancias o intervenciones en el organismo para frenar el envejecimiento, para que el estado de ánimo sea más placentero, potenciar al máximo la capacidad intelectual, aumentar el rendimiento deportivo o incrementar la belleza física.

Es frecuente en nuestra cultura postmoderna que nuestras acciones se realicen a impulsos de la emotividad, siguiendo la implacable lógica del deseo y soslayando principios éticos objetivos y expresando un notorio déficit de racionalidad.

Es un signo de los tiempos y un aspecto más de nuestras formas de vida consumistas, basadas en la acumulación y el despilfarro, en las que el motor ya no es la necesidad sino el deseo y la hipersatisfacción de una minoría de la humanidad, con sus necesidades básicas cubiertas y que genera continuas demandas que la Industria acoge y promueve con gusto, pues sabe que pueden pagárselo… y a buen precio: hay que consumir servicios sanitarios en exceso, cuantos más, mejor.

El refrán «es mejor prevenir que curar» se ha manipulado y hoy podemos ver miles de propuestas de actividades preventivas. Y todas fundamentales, según sus proponentes.

Se establece que el ideal y lo saludable es seguir ciertas conductas y pautas preventivas y hasta se pueden imponer por el «bien común», llegándose a penalizar  al que no ha participado en las campañas de cribado de una determinado enfermedad.

La sociedad encuentra en la prevención la justificación científica para establecer normas y pautas morales de conducta, desde alimentarias a sexuales.

Cualquier actividad sanitaria tiene beneficios y perjuicios, actuales y futuros, pero la de carácter preventivo, realizada con personas sanas, sólo se justificaría si sus beneficios superan claramente a sus perjuicios. Sin embargo, se ofrece la prevención con tal aureola positiva que la población, los pacientes y muchos profesionales sólo ven las ventajas, sin considerar los inconvenientes.

Los procedimientos de cribado (pruebas analíticas o de imagen, un examen físico, una serie de preguntas…) son, por su propia naturaleza, inducidos desde el sistema sanitario, mediante consejos, promesas o amenazas. Suponen seducir o coaccionar con alicientes variados y van más allá de la mera oferta o invitación. Se siguen practicando cribados sin que haya pruebas suficientes de su eficacia ni su efectividad, tal vez por su atractivo dentro de una perspectiva clínica, individual e intervencionista.

Así tenemos los cribados a personas sanas para el cáncer de próstata, el caso de la hipertensión arterial, los cribados de colesterol,  los cribados múltiples en salud laboral, el de los exámenes médicos para el permiso de conducir, o el de la densitometría ósea para la prevención de fracturas, la autopalpacion mamaria o los cribados del cáncer de mama con mamografías.

Los chequeos médicos, tan de moda, por ejemplo, para trabajadores de ciertas empresas, forman parte de la misma cuestionada estrategia, por inútil y peligrosa: hacer de todo por sistema, analíticas completas, revisión de la vista, audiometrías, espirometrías, examen ginecológico o urológico, electrocardiograma, radiografías de tórax, ecografías, etc., olvidando lo más lógico y simple, que sería ver su puesto de trabajo in situ y su idoneidad al mismo. Pero esto no se suele hacer pues conllevaría poca tecnología y casi ninguna intervención médica, desplazarse hasta el lugar de trabajo y comprobar las condiciones laborales, ambientales y demás, comprometiéndose con la seguridad en el trabajo.

La situación actual nos lleva a que la demanda de servicios sanitarios personales parece poder crecer hasta el infinito pues, como irónicamente se ha demostrado, en nuestra sociedad a más salud objetiva se tiene peor salud subjetiva y por lo tanto precisa de una mayor necesidad de cuidados (medicalización)  y  con los consiguientes efectos secundarios sobre la salud (iatrogenia).