La dinámica creciente de medicalización de la sociedad ha pasado de enfatizar la idea de enfermedad para focalizarse en la idea de riesgo.
De alguna forma, el periodo sintomático pierde fuerza e interés para la medicina; el riesgo permite extender la medicalización a amplias capas poblacionales en términos de control social.
Sobre la idea de riesgo hay dos líneas arguméntales en diálogo. En primer lugar, la prevención entendida como detección y tratamiento precoz. Este es un argumento muy vinculado a la idea de cura quirúrgica que aparece a finales del s. XIX que se mantiene hasta nuestros días; el problema es que confunde detección precoz con prevención, es decir, es difícil hablar de prevención cuando el daño ya ha aparecido. Hay una segunda línea argumental, de raíz hipocrática, que vincula la prevención a factores ambientales y de estilos de vida; es esta una línea médicamente difícil de sostener dada la dificultad de encontrar una relación causal entre sustancias y patología.
El proceso de medicalización del riesgo surge en sus orígenes de la detección y tratamiento precoz, pero plantea graves problemas (si ponemos como ejemplo la detección de tumores): implica la idea de cáncer localizado, cuando de hecho un número significativo de tumores producen metástasis en sus fases iniciales; genera un incremento de la incidencia de la enfermedad, el cual a veces es vivido socialmente como un fracaso de las políticas preventivas; genera tendencia a hipertratar, es decir, abordar con un gran aparato terapéutico tumores que no siempre implican un riesgo para el sujeto que los sufre; se focaliza en grupos de riesgo, es decir, son políticas poco extensivas que dejan al margen a amplios sectores de población; y parten de una contradicción de base, puesto que al generar miedo y temor en torno al cáncer se facilita que muchos sujetos no vayan al médico para realizar el diagnóstico y opten por la táctica de la avestruz. Por eso, a partir de los 50, el paradigma ambientalista-estilos de vida se incorpora a la práctica medicalizadora del riesgo, pero de una manera curiosamente sesgada.
Desde la medicina no se atiende a la contaminación ambiental, a la contaminación alimentaria y a los entornos laborales, sino que se anulan los enfoques sociológicos y, bajo el concepto de estilo de vida, se individualiza el riesgo en términos de responsabilidad personal y culpabilización de la víctima.
El problema, pues, no es que nuestras verduras estén llenas de elementos contaminantes de consecuencias negativas, sino que la gente con cáncer es «tan ignorante y obstinada que no quiere comer verduras». La potenciación de este paradigma de estilos de vida en su vertiente individual ha facilitado, pues, que todos y cada uno de nosotros estemos en situación de riesgo y, por lo tanto, en condiciones de ser atendidos médicamente; además, es la puerta de entrada franca para que la medicina colonice toda nuestra vidas, a todas horas.