Decía un director ejecutivo de una gran multinacional del medicamento que “la duda es nuestro mejor producto”.
Las corporaciones presionan a los políticos, para que sigan la premisa: mientras haya dudas, es mejor no hacer daño al negocio (aunque haya vidas en juego). Y para que las dudas sean escuchadas colocan a “sus expertos” en los órganos oficiales de asesoramiento; después, el cabildeo (lobby) consigue suavizar cualquier reacción legislativa.
A continuación paga a alguien prestigioso para que escriba recomendaciones de salud, muchas de ellas sin sentido, y así la gente dejará de creer en lo que dice un estudio riguroso y bien elaborado que ponga en duda los beneficios de algún nuevo medicamento puesto recientemente en el mercado.
Y es que existen multitud de mercenarios que ante evidencias con peso de meta-estudios, publican multitud de ensayos de baja calidad que van en contra de las afirmaciones del estudio serio. El objetivo es esgrimir “la divergencia de opinión entre investigadores” y así se camuflan los efectos secundarios y se gana tiempo de comercialización del producto, aunque eso conlleve daños a los pacientes (“los beneficios compensan los riesgos”). Las farmacéuticas anteponen los beneficios económicos a los pacientes, y poco le importa que sus acciones puedan provocar un incremento de la mortalidad (revisemos la multitud de demandas que tiene la industria farmacéuticas en los últimos años)
Además los reguladores de medicamentos como la FDA (la Agencia de Control de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos) o su homónima europea la EMA, tienden constantemente a conceder el beneficio de la duda científica a los fabricantes en vez de a los pacientes… se está produciendo un “declive de la seguridad farmacéutica”.
Un ejemplo reciente de este declive, es el nuevo nombramiento de Scott Gottlieb, como director de la FDA. Es socio del fondo de capital riesgo New Enterprise Associates, que tiene estrechos lazos con la industria farmacéutica y biotecnológica. Es analista del think tank American Enterprise Institute y ha sido asesor de grupos farmacéuticos, como GlaxoSmithKline. Es partidario de aligerar la regulación de medicamentos, para que estos no tengan que pasar tantos controles de seguridad antes de llegar a las farmacias.
Hemos pasado del “Cogito ergo sum” (Pienso luego existo) de Descartes al “Genero duda, luego existo” de los mercaderes de medicamentos. Pero esta idea se traduce en aumento de las tasas de mortalidad por efectos secundarios de medicamentos. No olvidemos que la tercera causa de mortalidad en EEUU (detrás de los enfermedades del corazón y de los cánceres) son los efectos nocivos de los medicamentos sobre los pacientes.
La cifra de 200.000 muertos en EE UU al año por fármacos y de 197.000 en Europa, ¿no exigiría que la duda a la hora de poner en circulación un medicamento cayese del lado de los enfermos?.
Es necesario exigir un cambio radical del modelo de negocio de las grandes corporaciones como la medida más eficiente para conseguir prevenir la muerte prematura de los pacientes por los efectos nocivos de los medicamentos. Es necesario establecer objetivos políticos orientados a un marco de actuación presidido por virtudes como el bien común por encima del lucro personal, la honradez en la investigación, la asunción de responsabilidad y el protagonismo de una sociedad informada verazmente y libre de los «humos» de las grandes corporaciones.