Tradicionalmente en España, en comparación con otros países europeos, el consumo de opioides solía ser bajo. Sin embargo, en los últimos años, se ha observado un acusado incremento del 84% entre 2008 y 2015. Son varios los factores que han contribuido a este cambio, pero sobre todo el uso de opioides en pacientes no oncológicos y la cronificación de los tratamientos.
Estos fármacos conllevan, en sí mismos, un alto riesgo de mal uso, abuso y adicción que debe ser vigilado. En España cada vez son más frecuentes los casos de adicción y sobredosis provocados por estos fármacos.
Dentro de los opioides, los principios activos que más han incrementado su consumo son tramadol y fentanilo. El crecimiento ha sido tan desmedido que en 2014 (últimos datos registrados) España pasó a ocupar el 4º puesto de Europa y el 5º del mundo, situándose muy por encima de la media europea e incluso de los EEUU, donde los abusos por consumo de fentanilo son frecuentes y suponen un problema grave de salud pública.
El abuso de opioides en EEUU ha alcanzado tal dimensión que se ha catalogado de epidemia.
Según el Centro de Control y Prevención de Enfermedades, cada día mueren 91 estadounidenses por sobredosis de sustancias opiáceas. Cuatro veces más que hace 15 años. Sólo en 2015 los opiáceos, entre medicamentos y heroína, mataron a 33.000 personas; más del doble de víctimas que los homicidios.
La «epidemia» de heroína y opiáceos en EEUU ya deja un muerto cada 19 minutos
La adicción a los analgésicos opiáceos es la primera causa de muerte accidental entre los estadounidenses.
El co-director de Investigación de Opiáceos de la Universidad de Brandeis, Andrew Kolodny, habla de una “epidemia” nacional y la responsable, afirma, «es la industria farmacéutica.»
“La comunidad médica empezó a prescribir opiáceos mucho más agresivamente porque respondíamos a una campaña brillante y multifacética financiada por los fabricantes de opiáceos, especialmente la fabricante de oxicodona, Purdue”, dice Kolodny. “Esta campaña dejó el mensaje de que no prescribíamos los suficientes opiáceos; que habíamos permitido que los pacientes sufriesen sin necesidad por un miedo exagerado a la adicción”. La campaña habría permeado eficientemente el cuerpo médico “desde las organizaciones profesionales, hospitales, agencias estatales, el Gobierno federal…”.
El modelo resultó una máquina de hacer dinero. Para las farmacéuticas, que desde 1999 han cuadruplicado las ventas de opiáceos. Y para los médicos, que tienen ejércitos sostenidos de pacientes adictos. Según datos de 2012, los opiáceos figuran en la mitad de recetas para el dolor en EEUU. De las personas a las que se les prescriben opiáceos durante un mes, la tercera parte siguen consumiendo un año después.
“Es un buen modelo de negocio”, dice David A. Patterson, profesor de salud pública de la Universidad de Washington. “Si tú inventas una bebida que beben un millón y medio de personas al año, y después de 30 días, medio millón no puede parar de beberla, tendrías un producto de la leche, amigo mío. ¿Sabes lo rico que te volverías?”.
Patterson asegura que la inmensa mayoría de los médicos no están entrenados para responder a la adicción que desarrollan sus pacientes. “Si vas al médico y dices: doctor, me duele algo, recéteme unas pastillas, y él dice que no. ¿Qué harías? Irías a buscar otro médico. Su negocio es tener a los pacientes contentos. Algunos se han dado cuenta y dicen: Oh, Dios mío, qué demonios ha pasado. Y están empezando a aminorar. Pero siguen siendo médicos y es difícil decir que no a sus clientes”.
Según una investigación de Associated Press y el Centro de Integridad Pública, los fabricantes de opiáceos se han gastado 880 millones de dólares entre 2006 y 2015 en presión política y donaciones para colocar sus productos en todo el país. Una cantidad ocho veces superior a la del poderoso ‘lobby’ de las armas y 200 veces más que las organizaciones dedicadas a lo contrario, a limitar el consumo de pastillas.
“La industria farmacéutica está causando más muertes que los cárteles de la droga”
Un comité del Senado está investigando hasta qué punto las cinco mayores fabricantes de opiáceos, que son Purdue Pharma, Johnson & Johnson, Insys, Mylan y Depomed, causaron la epidemia. La senadora de Misuri, la demócrata Claire McCaskill, les ha pedido información sobre sus productos. “Esta epidemia es el resultado directo de las ventas calculadas y estrategia de marketing que las mayores fabricantes de opiáceos han llevado presuntamente en los últimos 20 años para expandir su cuota de mercado e incrementar la dependencia de poderosos (y a menudo mortales) calmantes”, declaró.
“Tenemos dos grupos que se han hecho adictos: uno joven y otro viejo”, explica Andrew Kolodny. “Los jóvenes lo tienen más difícil para seguir recibiendo pastillas de los doctores. Así que, una vez se han hecho adictos, tienen que acudir al mercado negro, y las pastillas son muy caras. La heroína es más barata. Y si tienen acceso, se cambian a ella. El grupo viejo de adictos no tiene que cambiar; y de hecho vemos más muertes con los opiáceos farmacéuticos entre los viejos que de heroína entre los jóvenes”.
El Gobierno federal ha intentado limitar el problema restringiendo las recetas de opiáceos, lo cual ha elevado su precio en el mercado negro. Lo cual ha elevado, a su vez, el recurso a la heroína, que llega de México y fluye en las calles de Estados Unidos más abundante que nunca. La producción mexicana de opio creció un 50% sólo en 2015 y ha reemplazado al Sudeste Asiático como principal proveedor de EEUU.
Una de las peculiaridades de esta epidemia es que afecta casi exclusivamente a las personas de raza blanca. El adicto medio a los opiáceos es un hombre blanco soltero de entre 18 y 44 años con poco nivel educativo. Es la primera vez desde la guerra de Vietnam que mueren más jóvenes blancos de los que morían en la generación anterior.
Esto se debe en parte a que los doctores, según han probado varios estudios, tienden a recetar menos pastillas a los pacientes negros, quizás por una cuestión de estereotipos relacionados con el tráfico de drogas. “Los afroamericanos y latinos se han librado de este problema por estereotipos raciales”, explica Andrew Kolodny. “Si el paciente es negro, el doctor le receta menos”.
Y a las razones económicas. Los estados con más adictos a los opiáceos, tanto en medicamentos como en heroína, están entre los más pobres de Estados Unidos: Virginia Occidental, Tennessee o Alabama. Estos y otros nueve estados tienen ahora mismo más recetas de opiáceos en circulación que habitantes. En Alabama, por ejemplo, hay 142 recetas por cada 100 personas; cuanto más pobre el condado, más incidencia.
No sólo al Sur; Indiana y Michigan están entre los más afectados. Maryland declaró el estado de emergencia en marzo para lidiar con la epidemia y la morgue de Dayton, en Ohio, se quedó sin espacio para acomodar los cadáveres que deja la adicción. Sólo en enero llegaron a la oficina 145 cuerpos de fallecidos por abuso de opiáceos.
“No necesitamos más comisiones”, dice el profesor Patterson. “Las farmacéuticas tienen que pagar por esto, volver a entrenar a los doctores y ser responsables de sus pacientes adictos. Y las instituciones de tratamiento tienen que estar mejor financiadas. No estábamos preparados para encajar la adicción en general, y con la epidemia-tsunami de opiáceos, de ninguna manera podemos encajar la gente que entra al sistema”.
La agencia gubernamental encargada de regular el mercado farmacéutico, la FDA, “ha fallado”. “No tendríamos una epidemia si la FDA, desde el principio, hubiera detenido esta campaña que llevó al exceso de recetas. Podría haber aplicado la ley y dicho a las farmacéuticas que no podían hacer publicidad de esto. Sí para los pacientes con cáncer, no para los dolores de espalda”.