“Un fantasma recorre Occidente. Pero no es el comunismo, es la hipocondría. La gente ha dejado de comer bananas, ahora come potasio. A todos nos duele algo, y si no nos duele es porque estamos insensibilizados, anestesiados”.

Tomás Abraham

Hablar de la industria químico-farmacéutica en sí misma es una expresión abstracta y general como lo es hablar de “el sistema”, “el orden”, “el poder”, etc.; figuras que ocultan más de lo que revelan. Para el caso de esta industria es necesario reconocer que, como todas, cuenta con una estructura y una cadena productiva especifica, organizada en fases y departamentos.

A diferencia de la mayoría de los mercados de consumo masivo, el mercado prescriptivo de medicamentos presenta la singular característica de que los consumidores no deciden por su propia voluntad el producto que van a consumir, sino que dicho comportamiento -la compra-, obedece a la indicación/orden de una autoridad medica.

En el mecanismo de medicalización opera una redefinición de las percepciones sobre procesos del ciclo vital, estados físico-emocionales y factores de riesgo, caracterizándolas como problemas médicos en términos de enfermedades. Dichos procesos y estados son tratados mediante la intervención medica, reclamando a la medicina científica la eficacia que la sociedad contemporánea le atribuye, sin considerar el equilibrio entre sus beneficios y efectos adversos. En palabras de Rodríguez Díaz: la medicalización significa que buena parte de nuestro comportamiento pueda ser sujeto a controles médicos. Lo son los distintos ciclos de la vida, lo son las pequeñas molestias y ansiedades, lo son lo que antes eran pecados y muchos crímenes”.

Los procesos de medicalización pueden asumir diversas formas como la hiperprevención, el sobrediagnóstico, la cultura del riesgo, las pruebas genéticas y, quizás el más paradigmático, la invención de enfermedades. Según la revista British Medical Journal el Top 20 de “no-enfermedades” está encabezado por el envejecimiento, el trabajo y el aburrimiento, y alcanza asimismo a la calvicie, las pecas, las canas, la fealdad, la infelicidad, la resaca y el embarazo. Hay varios aspectos a señalar en relación con el mecanismo de invención de enfermedades que pone en marcha las industrias farmacéuticas. Por un lado, este mecanismo sigue un principio que postulan las empresas en general: “La clave para la prosperidad económica consiste en la creación organizada de un sentimiento de insatisfacción”, tal como afirmara Charles F. Kettering, vicepresidente de General Motors en 1929. Por otro lado el acervo de nuevas enfermedades se incorpora tanto a las enfermedades ya tipificadas como a los medicamentos que se encuentran en circulación, y los nuevos productos que se fabrican combinando acciones terapéuticas o resaltando algún beneficio diferencial respecto a los existentes.

Además, es conveniente reconocer que el mecanismo de invención de enfermedades no es un procedimiento monolítico sino que presenta variantes. En el momento en que la noción de salud muta a la de calidad de vida y los servicios de salud entran en la era del management científico, “las empresas farmacéuticas y los grupos de interés medico inventan dolencias, pues la enfermedad se ha convertido en un producto industrial que alimenta y utiliza el deseo de estar sano” (Rodríguez Díaz).

Estas variantes del mecanismo se presentan en la forma de: 1) venta de procesos normales de la vida como problemas médicos, como los tipos reseñados a propósito del informe de la British Medical Journal, 2) venta de problemas personales y sociales como problemas médicos, como la mayoría de las enfermedades anímicas; 3) venta de riesgos como enfermedades, como el caso del colesterol, para lo cual se fijan limites de manera que las personas con valores normales sean una minoría; 4) venta de síntomas poco frecuentes como epidemias de extraordinaria propagación, en la que se inscribe, por ejemplo, la medicalización sobre “disfunciones sexuales” tanto masculinas como femeninas; y 5) venta de síntomas leves como indicios de enfermedades más graves, mediante la que ciertos desordenes experimentados alguna vez por la mayoría de la población, son desvinculados de otros síntomas con los cuales configuran un cuadro clínico y construidos como enfermedades en sí mismos.

La invención de enfermedades es solo una de las fases de la ingeniería simbólica de las industrias farmacéuticas, complementada por la construcción de un discurso persuasivo para instalar dichas enfermedades en la sociedad, y el lanzamiento comercial de distintos productos para combatirlas. Una de las estrategias de marketing de la industria farmacéutica consiste en investigar e identificar en los estados de salud, configuraciones de indicadores que son resignificados como síntomas, e incorporados al campo de las clasificaciones patológicas.

En el mercado de la salud, es la enfermedad la que se vuelve un producto industrial, un fenómeno mediante el cual obtener rédito económico; y así, se organiza un mercado en torno a ella. Por medio del mecanismo de invención de enfermedades, se amplían los limites de las enfermedades tratables y se convierten procesos biológicos en problemas médicos. La “venta de enfermedades” se concreta con su instalación social, la que conlleva la búsqueda obsesiva de una “salud perfecta” y la correlativa compra de diversos productos para obtenerla: salud-mercancía. De ahí que es posible que el mercado de la salud sea concebido como mercado de la enfermedad, en el que se venden enfermedades, pero también se vende salud en forma de un sinfín de productos para alcanzarla.

La lógica que subyace a estos procesos y procedimientos es completamente explicable desde el punto de vista económico de las empresas farmacéuticas en un capitalismo que necesita dar grandes trancos productivos para sobrevivir. Mas, cuando esta escalada compromete aspectos vitales como la salud de la población debe, al menos, ser puesta en tela de juicio.