Hace cuarenta años, el responsable de una de las compañías farmacéuticas más conocidas hizo unos comentarios muy francos. Cerca ya de su jubilación, el agresivo director ejecutivo de Merck, Henry Gadsden, declaró a la revista Fortune que le disgustaba que los mercados potenciales de la compañía se hubieran limitado a personas enfermas. Sugirió que hubiera preferido que Merck se asemejara a un fabricante de chicles y afirmó que durante mucho tiempo había soñado con fabricar medicamentos para gente sana, ya que, de ese modo, Merck habría podido «vender a todo el mundo». Después de cuatro décadas, el sueño de Gadsden se ha hecho realidad.

Las estrategias de marketing de las compañías farmacéuticas más grandes del mundo se dirigen actualmente a los sanos y los ricos. Los altibajos de la vida diaria han derivado en trastornos mentales, las quejas más comunes se han transformado en condiciones alarmantes, y cada vez más gente normal se convierte en paciente. Con campañas publicitarias que sacan provecho de nuestros más profundos miedos a la muerte, al deterioro y a la enfermedad, la industria bio-farmacéutica está literalmente cambiando lo que significa ser humano.

180406-kaiser-health-patient-advocacy-hero_mcux0mDiseñados inicialmente por salvar vidas y aliviar el sufrimiento, los gigantes farmacológicos ya no se conforman con vender medicamentos únicamente a los enfermos. Tal y como saben en Wall Street, hay mucho dinero que ganar con tan solo decir a los sanos que están enfermos.

En una época en que muchos de nosotros tenemos unas vidas más longevas, más sanas y más vitales que nuestros ancestros, la saturación de publicidad y las campañas facilonas de «concienciación» transforman la preocupación por la salud en la preocupación por la enfermedad. Los problemas triviales se venden como graves enfermedades, de modo que la timidez se convierte en fobia social y una tensión premenstrual, en un trastorno mental denominado trastorno disfórico premenstrual. Los problemas sexuales normales se ven como disfunciones sexuales, el cambio natural de la vida es una enfermedad de deficiencia hormonal llamada menopausia, y los empleados de oficina distraídos ahora sufren un trastorno por déficit de atención. El mero hecho de «correr el riesgo» de enfermar ya se ha convertido en una «enfermedad», de modo que las mujeres sanas de mediana edad sufren hoy una silenciosa enfermedad ósea denominada osteoporosis, y los hombres maduros en buena forma, una afección crónica llamada colesterol alto.

Como ocurre con muchos problemas de salud, existe gente en el extremo del espectro que sufre una enfermedad real, o con un alto índice para que así sea, y que se beneficia de una definición médica y de una eficaz medicación. Sin embargo, para la gente relativamente sana esparcida en el resto del espectro, una definición y un medicamento pueden suponer claras desventajas, costes importantes, y un riesgo real de padecer posibles efectos secundarios mortales. Este vasto terreno se ha convertido en el nuevo mercado mundial de pacientes potenciales —decenas de millones de personas—, objetivo clave para los presupuestos promocionales de la multimillonaria industria farmacéutica.

El objetivo es ofrecer a los clientes de las compañías farmacéuticas de todo el mundo «una nueva manera de pensar sobre las cosas».El propósito es siempre el de establecer un vínculo entre la afección y su medicación, a fin de maximizar sus ventas.

La idea de que las compañías farmacéuticas promocionan la creación de nuevas enfermedades puede sonarnos extraño a muchos de nosotros, pero es un hecho muy familiar para los que se mueven en esta industria.

La habilidad de «crear nuevos mercados de enfermedades» está generando incalculables millones en la vertiginosa venta de fármacos. Una de las principales estrategias de venta, según el informe, consiste en cambiar el modo en que las personas perciben sus dolencias más comunes, transformar los «procesos naturales» en afecciones médicas. La gente debe «convencerse» de que los problemas que posiblemente hayan aceptado previamente como simples molestias —como la calvicie, las arrugas o los problemas sexuales— ahora se consideran «merecedores de intervención médica».

doctor-taking-money-from-big-pharmaLa influencia malsana de la industria farmacéutica se ha convertido en un escándalo a escala mundial. Básicamente, esta influencia está distorsionando la ciencia médica, corrompiendo el modo en que se practica la medicina y corroyendo la confianza pública en sus médicos.

Como consecuencia, muchos médicos, científicos, defensores de la salud, políticos y editores de publicaciones médicas se están moviendo para intentar que retroceda la influencia de la industria sobre la investigación científica y en los hábitos de prescripción de los médicos. Ha llegado el momento de entender el modo en que esta influencia está contaminando las propias definiciones de enfermedad.

De hecho, los responsables de marketing no se sientan para redactar las normas de diagnóstico de una enfermedad pero sí financian a aquéllos que lo hacen. Hoy en día, la industria patrocina de forma continuada reuniones importantes de médicos donde se debate y actualiza la definición de las enfermedades. En algunos casos los expertos médicos que redactan las normas cobran a su vez sumas procedentes de los fabricantes farmacéuticos, quienes esperan cobrar miles de millones, en función de cómo se redacten esas normas. Muchos de los especialistas expertos en decidir si nuestros problemas sexuales deben o no ser considerados como trastornos sexuales, si nuestros dolores de estómago deben o no diagnosticarse como afecciones médicas, o si nuestros riesgos diarios deben o no tacharse de enfermedades mortales, están en nómina en las empresas que desean vendernos medicamentos. El dinero no necesariamente compra dicha influencia, pero, a los ojos de muchos observadores, los médicos y las compañías farmacéuticas sencillamente han intimado demasiado.

Existe una gran incertidumbre a la hora de trazar la línea que separa la salud de la enfermedad en el caso de muchas dolencias. Los límites que separan lo «normal» de lo «anómalo» son a menudo muy elásticos. Éstos difieren abismalmente de un país a otro y varían con el tiempo.

Es evidente que cuanto más extensos son los límites que definen una enfermedad, más amplio es el abanico de pacientes potenciales, y mayor el mercado de quienes fabrican los medicamentos. Los expertos que hoy trazan estos límites lo hacen con demasiada frecuencia empuñando la pluma de las compañías farmacéuticas, y los dibujan cada vez más amplios siempre que se reúnen.

Mientras las fronteras que definen la enfermedad se amplían todo lo posible, las causas de estas presuntas epidemias se dibujan de la forma más reducida posible. En el mundo del marketing farmacológico, un grave problema público de salud, como las enfermedades cardiacas, a menudo puede quedar relegado a la atención pormenorizada de los niveles de colesterol de una persona o de su tensión. La prevención de fracturas de cadera en personas de edad se convierte en una pequeña obsesión por el valor de densidad ósea de mujeres de mediana edad sanas. Se considera que la angustia se debe al desequilibrio químico de serotonina en el cerebro, una explicación tan limitada como anticuada.

Como casi todo lo que ocurre en la asistencia médica actualmente, las ideas que tenemos sobre la enfermedad han sido moldeadas bajo la sombra de los gigantes farmacéuticos mundiales. El cada vez más restringido enfoque nos impide de forma creciente tener una imagen clara de la salud y la enfermedad, a menudo con grandes costes para el individuo y la comunidad.

Pongamos un sencillo ejemplo: si mejorar la salud humana fuera nuestro principal objetivo, algunos de los miles de millones invertidos actualmente en los costosos fármacos para reducir el nivel de colesterol de la gente sana serían mucho más rentables si se gastaran en campañas contra el tabaquismo, o para aumentar la actividad física y mejorar la alimentación.

marketing del miedoExisten muchas y muy diversas estrategias promocionales para vender enfermedades, pero el factor común que las asemeja es el marketing del miedo. El miedo a sufrir ataques al corazón se utilizó para vender a las mujeres que la menopausia es una enfermedad que requiere una sustitución hormonal. El miedo a los suicidios entre los jóvenes se utiliza para vender a los padres la idea de que incluso las depresiones leves deben tratarse con medicación fuerte. El miedo a una muerte prematura se utiliza para vender el colesterol alto como algo que automáticamente requiere una receta médica. Irónicamente, sin embargo, los ultra promocionados medicamentos provocan a veces el mismo daño que supuestamente curan.

La industria farmacéutica y sus partidarios defienden sus campañas publicitarias alegando que se trata de acciones para una mayor concienciación acerca de enfermedades malinterpretadas y para suministrar información de calidad sobre los últimos fármacos. Los responsables de las compañías hablan de dar poder a los consumidores con la publicidad.Se supone que los famosos a sueldo educan al público sobre los estados de salud mediante brillantes artículos en revista de papel couché y tertulias televisivas. No cabe duda de que se dan valiosos ejemplos de campañas subvencionadas por la industria para «desestigmatizar» un problema de salud o estimular una acción de necesidad imperiosa, tal y como ocurrió con el sida. Sin embargo, en otros casos, estas campañas no son en absoluto instructivas, sino una promoción pura y dura: desviar nuestra percepción de las causas de la enfermedad y distorsionar nuestro conocimiento acerca de los remedios, sobrevalorando las ventajas de los fármacos y restando importancia a los daños y costes de éstos.

Para los seguidores de la industria, este marketing es un valioso servicio. Para los críticos, pone la enfermedad en el centro de la vida humana. Empuja a los enfermos hacia un limitado abanico de las soluciones médicas más costosas, y saca decenas de miles de euros de la gente sana que teme que su cuerpo está descompuesto, que no funciona correctamente, que es deficiente y está deteriorado. Este tipo de alimentación de enfermedades es un atentado contra nuestro espíritu colectivo por parte de aquéllos que desean sacar tajada de nuestros miedos. No se trata de ninguna sucia conspiración, sino simplemente de un robo a mano armada.

Durante las últimas cuatro décadas, un inconformista pensador llamado Ivan Illich dio la voz de alarma declarando que un establecimiento médico en expansión estaba «medicalizando» la vida, socavando la capacidad humana de sobrellevar la realidad del sufrimiento y la muerte, y convirtiendo a demasiada gente normal en pacientes. Criticó un sistema médico «que reivindica su autoridad sobre las personas que todavía no están enfermas, personas que no pueden razonablemente esperar sanarse, y aquéllos para quienes los médicos no disponen de tratamientos más efectivos que los que pudieran ofrecerles sus tíos o tías». Hace una década, la escritora médica Lynn Payer describió un proceso que denominó «sembrador de enfermedades», y que consiste en que los médicos y las compañías farmacéuticas amplían las fronteras de la enfermedad para tener más pacientes y vender más fármacos. Desde entonces, estas publicaciones han sido cada vez más relevantes, ya que el rugido del marketing de la industria ha sido cada vez mayor y su garra en el sistema de salud, más sólida. El disparo de las ventas ha convertido las compañías farmacéuticas en las corporaciones más rentables del planeta durante unos años concretos de la última década. Sin embargo, la otra cara de los saludables resultados para los accionistas se traduce en un aumento insostenible de los costos para quienes financian el sistema sanitario, ya se trate de gobiernos o compañías de seguros privadas.

A medida que la población aumente sus conocimientos sobre la influencia de la industria en las definiciones de los trastornos y disfunciones, y de sus métodos para crear «nuevos mercados de enfermos», es muy probable que la venta de enfermedades vaya posicionándose en el centro de dichos debates.

Como cualquier investigación científica que se respete, este trabajo periodístico se brinda como parte de una conversación en directo que debe compartirse con amigos, familiares, médicos, otros actores de la vida sanitaria, colegas de trabajo, funcionarios del mundo de la medicina y representantes de los ciudadanos. Una conversación que cuestiona la venta de enfermedades patrocinada empresarialmente, y que explora nuevas vías para definir y entender la enfermedad. Es una conversación que podría sacar partido inmejorable de la energía y el entusiasmo de toda una nueva colaboración mundial de investigadores independientes y defensores de la salud, cuyo reto principal radica en promover un debate público más racional y más informativo sobre la salud humana, en lugar de ceñirse a vender miedo para alcanzar ventas de productos farmacéuticos.