El psicólogo Hans Eysenck ya sostenía el siglo pasado que el 70% de los problemas de salud mental se curan con el simple paso del tiempo. A largo plazo, la psicoterapia es un poco más eficaz que los antidepresivos, lo cual tampoco es mucho. De hecho, casi cualquier ‘tratamiento’ es eficaz contra la depresión: ir al gimnasio, salir a pasear, estar con amigos, leer un libro o adoptar un perro». El problema, es que en nuestra sociedad tenemos prisa por desembarazarnos de las dificultades. «La sociedad está psicologizada y psiquiatrizada. Problemas que antes se llamaban estar triste o atravesar una mala racha se han medicalizado. La vida tiene circunstancias duras, y uno tiene que estar preocupado, ansioso, triste… ajustado al momento vital. Lo malo es que insistimos en la necesidad de ser felices y pensar en positivo.

El consumo de antidepresivos se triplicó en nuestro país entre los años 2000 y 2013, al pasar de 26,5 a 79,5 dosis por mil habitantes, según datos de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios. Con ello, pasó de un consumo inferior a la media a uno de los más altos: el sexto entre los 21 países europeos de la OCDE. Lo paradójico es que, mientras en el caso de los antidepresivos el incremento es generalizado, España, frente a la tendencia general del resto de Europa, también ha aumentado el gasto en otros psicofármacos como los ansiolíticos, de 38,1 dosis por mil habitantes en 2000 a 56,3 en 2015, según los datos de la Oficina Estadística de la OCDE -duplicamos la media y somos el segundo mayor consumidor, solo por detrás de Portugal- o los hipnóticos y sedantes, de 17,9 a 30,9, quintos por detrás de los países nórdicos.

«Es preocupante», sostiene Juan Simó, médico de familia y autor de un estudio comparativo sobre la utilización de fármacos en Europa. La crisis económica ha podido influir , pero apunta más bien al problema de la dependencia que generan algunos de estos medicamentos. «No es que se frivolice con la enfermedad mental y se receten más de los que se debería; más bien, creo que hay personas que empiezan a tomarlos y no pueden dejarlos fácilmente. Y no hay conciencia de que sean drogas que enganchan».

Vivimos en una sociedad en la que mucha gente se cree enferma cuando no lo está. Hay pacientes depresivos leves, fruto de situaciones adaptativas: la persona que ha perdido el trabajo, la madre disgustada porque su hijo se ha separado, la abuela que no ve a sus nietos… Problemas de la vida diaria.

Luego está la depresión grave, una enfermedad endógena, condicionada genéticamente. Son personas que se meten en la cama y no pueden levantarse, ni lavarse, ni hacer absolutamente nada. Estos, sí necesitan fármacos.