La vida del ser humano solo se completa en la interacción con otros seres humanos: para el hombre, vivir significa estar entre hombres.

Afirma Aristóteles en su libro Política que un hombre solitario no sería ni siquiera un hombre, sería un dios o una bestia. En otras palabras: la clave de la existencia humana es la coexistencia, la mutua ayuda e interdependencia. No hay persona sin interpersonalidad. Y esta verdad se fundamenta en que el hombre es un ser que proviene de otros, se comprende con otros, existe para otros y se dirige hacia otros.

Todo ser humano necesita de la amistad, de la dependencia de los demás para alcanzar la independencia, para conseguir la ansiada autonomía y bienestar. Por eso resulta lógico considerar como falso el individualismo moderno, porque precisamente el núcleo de la vida social y personal no es el de individuos aislados sino el de personas que nacen ya en relación, vinculados.

La ética individualista y liberal típica de la Ilustración europea ha generado un yo desvinculado y desconfigurado, es decir, un yo que en sí mismo y para sí mismo no es nada. El aislamiento interior aboca al quebranto humano hasta el punto de que todas las locuras manifiestan un fracaso de la relación con el otro —el alter-, que se vuelve alienus, y yo me vuelvo a mi vez extraño a mi mismo, alienado.

La única desgracia humana es estar solo, porque estamos hechos para estar juntos, para estar conectados con alguien. Las mejores cualidades del ser humano se actualizan solo en el acontecimiento del encuentro con el otro, y poner obstáculos para hacer imposible el encuentro con los demás provoca la asfixia lúdica, ya que la verdadera fiesta humana solo es verdadera en el encuentro.

El hombre es un animal social, y tal sociabilidad connatural reclama y requiere de los demás para su propia realización vital. Un ser humano es tanto más él mismo cuanto más abierto se encuentra, cuanto más relación es. Un hombre es más real cuanto más se arriesga a salir hacia el otro. Por tanto, necesitamos a los otros de nuestra misma condición para poder completarnos y en definitiva para poder vivir. El ser humano como existencia abierta vive en la medida de su apertura y muere en la medida de su clausura. El amor en su significado más originario es en primer lugar amor necesidad-, es el que lanza a un niño solo y asustado a los brazos de su madre.

Necesitamos cerca a otro como nosotros, otro vulnerable con quien compartir la misma vulnerabilidad y las heridas de nuestras imperfecciones. Más aún, suplicamos que al menos haya alguien cerca cuando sufro aunque lo único que haga sea llorar sobre mí, por mí, conmigo.

Necesitamos que los otros se entristezcan verdaderamente por el dolor ajeno, que compartan su sufrimiento.

Nadie es capaz de subsanar por sí mismo su propia fragilidad sin la ayuda de otro y afirmar lo contrario es una ingenuidad antropológica. De hecho la compasión solo es posible en el interior de una relación entre dos personas que interactúan. Está vinculada con una filosofía de la alteridad.

Un individuo no puede tener una buena comprensión práctica de su propio bien o su florecimiento separado e independiente del florecimiento del conjunto entero de relaciones sociales en que se ubica.

No es posible buscar el bien de cada uno sin buscar a la vez el bien de todos. ¡Todos somos responsables de todos!.